El mismo calor de los otoños

Cada año el verano es más caliente y las vacaciones más cortas. Lo que unos pocos denominaban «veraneo» ahora muchos lo llaman «escapada de verano». Cuanto más personas la hacen más mengua su duración. Lo que en los 80 fue un mes y en los 90 una quincena, ha pasado de la semana que trajo el siglo XXI a los cuatro días que detectan ahora los portales de las viviendas turísticas. En la política es igual: cierra en el parlamento, pero trabaja todo el verano en los medios de comunicación y solo escapa en torno a la fiesta del 15 de agosto, cuando el presidente del gobierno va de vacaciones y deja de guardia al de la Generalitat. La justicia, que cerraba todo agosto -con la injusticia que produce- escapa unos días y en seguida vuelve a investigar a Begoña Gómez, a ver qué pilla.

La tensión está desestacionalizada, las vacaciones son semisemanales y tórridos los veranos del calentamiento político global que trae el cambio climático democrático. Los hombres y mujeres del tiempo político, los meteopolitólogos, predicen un otoño caliente para el gobierno, lo que ya es cantinela. Cuando el felipismo, el otoño caliente era sindical. Desde la crisis de 2008 se anuncian otoños calientes económicos: el de hace dos veranos iba a ser un crudo invierno. El cambio climático político afecta a las predicciones de cambio de gobierno, que no acaba de darse y produce el desasosiego de la tormenta que no descarga. Anuncian vientos alisios fuertes para la inmigración y la xenofobia, estancamiento atmosférico para la financiación autonómica, turbulencias independentistas en los apoyos parlamentarios y pertinaz sequía presupuestaria sin contar las depresiones aisladas en niveles altos (danas) y otros fenómenos extremados por el calentamiento político global.

En otoños anteriores el temporal de la oposición no remitió y nunca llovió sobre el gobierno que no parara. La meteorología opinante acabará acertando, pero tiene mucho que afinar.

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