Opinión
El secreto de morir viejo y contento
![Maria Branyas.](https://estaticos-cdn.prensaiberica.es/clip/0bb8eca8-473e-4168-83ff-11e879579816_16-9-aspect-ratio_default_0.jpg)
Maria Branyas. / EFE
Ha muerto a los 117 años Maria Branyas, la persona más vieja del mundo, aunque al instante alguien, en algún lugar remoto, ocupó su lugar, esas cosas funcionan así, como si el destino nos recordara que no hay nadie imprescindible. A mí, lo que me gusta de la gente centenaria es ver cómo se ríen de nosotros. Como saben que en cada entrevista se les va a preguntar por el secreto de vivir tanto tiempo, centenarios de todo el mundo se reúnen una vez al año en un lugar secreto, en una especie de Club Bilderberg de la longevidad, y acuerdan responder burradas, así se burlan de los jóvenes, que a sus ojos somos casi todos. En realidad, ninguna de esas venerables personas tiene ni puñetera idea de por qué sigue entre los vivos, pero ya que la gente es tan pesada preguntando, tendrá respuestas.
-¿Mi secreto? Tomarme un vaso de vinagre en ayunas. Mano de santo, joven, pruébelo.
-Mucho sexo. A poder ser, con una mujer distinta cada día (risotada).
-¿Yo? Castidad, joven, mucha castidad, así ahorra uno energía.
-¿Quiere llegar a los 110, como yo? Una copita de anís a media tarde.
-No probar nunca el alcohol.
-Acostarse por el lado derecho de la cama.
-Yo cada día escucho RNE y aquí me ve, con una salud de roble.
-No leer, los libros desgastan el cuerpo.
Y así nos van tomando el pelo, la vida se hace más llevadera riéndose del prójimo. Lo importante, más que vivir mucho, es morir contento. En Profecía, Sandro Veronesi relata los últimos días de su padre, enfermo terminal, y cómo una noche le pilla mirando telebasura (en Catalunya podría sustituirse por las sempiternas noticias sobre los restos del procés, que eso sí es basura de la buena). Al preguntarle qué hace viendo algo que siempre ha detestado, el viejo le responde:
-Veo esos programas de mierda para convencerme de que la vida es de verdad tan miserable, que no hay amor ni belleza ni ingenio, sino un sórdido asunto de rencores, chismorreos y olor a cerrado. Así, ¿comprendes?, me resulta más fácil abandonarla.
El propósito de esos programas, entiende entonces Veronesi, es hacer menos dolorosa la partida de los enfermos terminales. Si seguía la política en Catalunya, Maria Branyas se habrá largado también con toda tranquilidad, quizás murmurando un «ahí os quedáis».
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