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Matías Vallés

AL AZAR

Matías Vallés

Alguien cobra los alquileres enloquecidos

Empezaremos por la paradoja del favoritismo arbitral.

Numerosos clubes de fútbol se quejan cada año de decisiones desgraciadas, a cargo de los sufridos árbitros de la contienda. Sin embargo, el balón es un juego de suma cero. La lógica de la victoria impone que cada acción arbitral desafortunada para un equipo favorece al otro contendiente en idéntica medida, véase el gol anulado que redefine el marcador. Pese a esta evidencia matemática, no abundan los comunicados de equipos que se sienten favorecidos por los colegiados. De hecho, los veinte clubes de Primera se consideran víctimas, incluso los que ocupan posiciones cimeras. Sobre todo, los que figuran en posiciones de cabeza.

Ya podemos entrar en la vivienda. Los informativos por cualquier medio han alcanzado el consenso de que el mayor drama nacional son los alquileres enloquecidos. La pesadilla afecta cada vez a más residentes, y se enfatiza aquí la palabra residentes. De nuevo, y en consonancia con la paradoja arbitral, por cada persona estrangulada por la cita mensual con el casero, hay un casero que se beneficia simétricamente. Se ha establecido una competición poco deportiva, que puede desembocar en confrontación.

El Banco de España refrenda en su último macroestudio sobre la vivienda que habitamos un país de pequeños propietarios, que alquilan casas de su propiedad. Bajo esta lógica, los mil quinientos euros pagados por el inquilino son mil quinientos euros ingresados por otro ciudadano. Sin embargo, la peripecia de los ganadores del juego de suma cero del parque inmobiliario no merece una atención excesiva, tal vez porque la audiencia prefiere contemplar las estrecheces de los perdedores. El mercado de los arrendamientos demuestra que una parte sustancial de la economía nacional marcha viento en popa, aunque sea a costa de los residentes desfavorecidos en el reparto de la propiedad. Procede por tanto corregir con urgencia la filosofía derrotista del todo va mal, a reemplazar por la mitad va mal. Y espabilarse para caer en la otra mitad.

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