Patrones de pensamiento, eso es lo que se aprecia estos días en las manifestaciones políticas de aquí y de allá. Pautas, modelos, estándares, moldes de los que no resulta fácil escapar. Tengo la palabra patrón asociada a un sastre que era vecino mío cuando yo era pequeño. Trabajaba en el salón de su casa, sobre una gran mesa de madera en la que reposaban pedazos de un papel especial que tenían las formas de las prendas en las que trabajaba: mangas de chaqueta, perneras de pantalones, cuellos de camisa… Con un poco de imaginación, no solo veías el traje completamente terminado, sino que adivinabas qué clase de cuerpo acabaría usándolo. El patrón se ceñía lógicamente al tamaño del cuerpo y no al revés.
Cuando escucho estos días las opiniones dominantes sobre los avatares de nuestra política, me parece estar observando patrones como aquellos, que se lanzan a través de la prensa, o de la tele, o de la radio, y en los que cada uno busca el modo de encajar sus ideas sobre la existencia. Esos patrones ideológicos no están confeccionados a medida, pero nos los ponemos como el que se pone una chaqueta que le viene grande o pequeña encogiéndose o dilatándose para disimular la desproporción entre cuerpo y prenda de vestir. Yo mismo, escuchando a unos y a otros (también a unas y a otras, que el genérico no siempre alcanza) voy probándome esta idea, esta amnistía, este razonamiento, esta indignación…
Lo normal es que salga del probador agotado, como cuando voy a comprarme unos pantalones. Los probadores son estrechos, están pensados para gente muy delgada y muy hábil. Desnudarse y vestirse en ellos acaba constituyendo una especie de ejercicio gimnástico.
—Estos no me caen bien —le dices al dependiente.
—¿Desea probarse otros?
—No, por favor. Volveré otro día.
A veces no es tanto un problema de talla como de hechura. No es fácil dar con una idea en la que coincidan las dos cosas. Pero no puedes salir desnudo a la calle, de modo que al final se conforma uno con las ideas del que más grita, no del que más razona, porque la razón empieza a ser un bien escaso.