Hemos asistido a la litúrgica de la continuidad monárquica. La princesa Leonor, al jurar la Constitución, se convierte automáticamente en la heredera de la Corona en caso de que su padre deje el cargo por causa de muerte, renuncia o incapacidad.
A la vista de cómo ha evolucionado el sentir de la opinión pública respecto de la monarquía desde el aciago final de Juan Carlos I hasta la aceptación mayoritaria del rey Felipe VI, y la inquebrantable adhesión de la derecha y de los socialistas, es evidente que, salvo catástrofe que lo replantee todo, la princesa Leonor reinará.
Dos argumentos de peso.
El primero, la inestabilidad de los partidos, grave en la derecha, con un Partido Popular que desde su fundación ha estado basculando entre la derecha más extrema y un viaje al centro que nunca realiza pero que ha sabido rentabilizar, con promesas electorales reformistas nunca impulsadas y sin alterar el statu quo que desde la Transición beneficia a sus intereses. Y un Partido Socialista que no acaba de dar el paso hacia una transformación efectiva del sistema político, evolucionando de un estado autonómico a un estado federal que resuelva el encaje suficiente de las naciones que conviven en España.
Segundo, la casuística de una reina. La igualdad de género, expresada en una mujer jefe de Estado en España, va a constituir un aval insospechado y emocional que actuará a favor de Leonor. Tendremos reina, sin duda.
De lo que ha dejado el día del juramento de la Constitución, dos comentarios relevantes. La presidenta del Congreso, Francina Armengol, hablando de soberanía popular y la princesa Leonor de soberanía nacional.
La primera, en la mente tendría el proyecto de una España multinacional y diversa: la España federal. Leonor, con años para madurar por delante, empapada de las divisas patrias; los inputs ideológicos del ejército, la tutela de su padre en sus raíces y la idiosincrasia genética de los borbones: el Estado centralizado en el Rey y, por sustitución, en la nación como centro de poder. La vena republicana de la Princesa quizás se verbalice, en unos años, hacia una consideración del Estado menos unitarista y más compartido, con mayor peso de las nacionalidades. Una monarquía federal similar a la belga, actualización de aquella dinastía de los Austrias que, unida en lo nacional por la simbología del rey, administrativamente era de tipo federal y, en algunos aspectos, confederal.
La futura Reina puede evolucionar impulsada por esa necesidad intelectual de maridar monarquía y valores republicanos; la igualdad ante la ley, también, en la pirámide del poder.
Y un último apunte. Se ha comentado mucho lo de la entrevista de Puigdemont con Santos Cerdán y la foto de la urna del uno de octubre. La derecha habla de chantaje y de humillación de Estado por la foto del encuentro. Y el presidente del gobierno de hacer de la necesidad virtud. Pues es cierto. Hay necesidades que hacen virtud: El Estado autonómico que la gran mayoría de los ciudadanos, encuesta tras encuesta, consideran un acierto indudable de la democracia, hubiera sido imposible sin el plante de los catalanes. Desde el nacionalismo hasta el catalanismo más integrador, como del socialismo catalán, el centrismo no nacionalista o la izquierda más extrema, todos presionaron para el reconocimiento de la autonomía de Catalunya. Recuerden el grito de Catalunya en la transición: Llibertat, Amnistia i Estatut d’Autonomia.
Si solo hubiera habido la exigencia vasca de los fueros, reconociéndose estos, como fue en el franquismo por lo que se refiere a Álava y Navarra, no se hubiera llegado a la descentralización autonómica de hoy.