Cambio climático, ordenación del territorio

Antonio Papell

Antonio Papell

Parece innegable que de un tiempo a esta parte la variabilidad del clima se ha hecho patente en un grado alarmante porque no había precedentes cercanos que hicieran prever lo que nos acontece. Una parte muy mayoritaria de la comunidad científica cree que este cambio climático, que es causa del calentamiento global, se debe a la actividad humana, a la excesiva emisión de gases de efecto invernadero, a la creciente deforestación de los bosques y a la contaminación generada por la producción de cantidades inasimilables de residuos. Otra parte de los analistas cree que el cambio climático es en buena medida natural y espontáneo, como lo fueron las grandes glaciaciones y, más recientemente, el fenómeno denominado «pequeña edad de hielo», entre los siglos XIV y XIX, que puso fin a una era muy calurosa, llamada el «óptimo climático medieval». Bien pudiera ocurrir que en realidad el calentamiento global fuera fruto de los dos efectos, el humano y el cósmico, pero en todo caso es obviamente recomendable que la sociedad global actúe contra el recalentamiento que está en su mano corregir.

Aunque cualquier estudio de la actualidad climática ha de basarse en las series históricas de registros, es evidente que durante los meses transcurridos de 2023 hemos podido observar con gran crudeza dos fenómenos que se han vuelto sistémicos y que si no actuamos con una rapidez poco probable irán creciendo en los próximos años, a una velocidad que dependerá del esfuerzo de descarbonización que vayamos haciendo. Esos fenómenos son, de un lado, el alza de las temperaturas asociado a una acentuación cuantitativa de los grandes fenómenos meteorológicos, y, de otro lado, una sequía cada vez más frecuente y severa en amplios territorios, que, aunque ocasionalmente aliviada por lluvias de gran intensidad, se ha cronificado y amenaza el abastecimiento, tanto para consumo humano como agrícola e industrial.

El primero de estos fenómenos acabará afectando a los hábitos sociales y a la agricultura. El Norte español, que continúa siendo verde y fresco aunque también han subido ahí las temperaturas, está experimentando una demanda turística sin precedentes, ya que el veraneante medio, que antaño buscaba sol y playa, empieza a preferir veranos menos cálidos y veraneos más proactivos que los de antaño. La reforma de las infraestructuras turísticas será inevitable para acomodar la oferta a la nueva demanda.

Asimismo, la agricultura deberá adaptarse a la nueva climatología —por ejemplo, quizá sea posible cultivar productos tropicales en latitudes más altas— y al agua disponible que asignen a los territorios los planes hidrológicos, indispensables para gestionar la escasez, que deberán ser perfeccionados y negociados para conciliar los intereses presentes.

El segundo fenómeno, la creciente sequía, nos obligará a intensificar todavía más la regulación y el aprovechamiento de nuestros ríos, a ahorrar en regadíos mediante modernas tecnologías, a desalinizar más agua para el consumo, a administrar mejor las aguas subterráneas…

La planificación tiene mal cartel en nuestras sociedades pero no debe olvidarse que el hombre es el único ser vivo capaz de aplazar el bien presente en aras de un bien mayor futuro. Por ello, deberíamos percatarnos de que la gestión de un bien escaso, el agua, en conexión con los nuevos mapas climáticos y de pluviometría, maximizaría el bienestar.

No se trata de renunciar ni mucho menos al mercado, que es quien mejor realiza la asignación de los recursos disponibles, sino de valernos de la previsibilidad y de la técnica para minimizar los obstáculos al desarrollo y al bienestar. Sobre todo cuando el agua se convierte en un bien escaso y ya se ve con claridad que el cambio climático nos obligará a recomponer nuestros hábitos y nuestros procesos productivos.

Naturalmente, estas reflexiones solo tienen sentido si previamente hemos asimilado tanto la veracidad del cambio climático —el negacionismo ya no es hoy más que una superstición—, que deberemos introducir en nuestras ecuaciones para que la productividad no mengüe, para que el bienestar no cese, para que la civilización no se estanque. Tampoco es tan difícil de entender.

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