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Norberto Alcover

En aquel tiempo

Norberto Alcover

El Concilio de Francisco

Los diez años de pontificado del papa Francisco nos abocan a la celebración de una magna reunión episcopal, con participación del laicado masculino y femenino, del sacerdocio ministerial y de la vida consagrada, que se interrogará por la urgencia de que la Iglesia desarrolle un «camino conjunto», de tal manera que se supere el clericalismo dominante y se arbitre una experiencia eclesial a cargo de todos los bautizados.

No en vano, esta magna reunión se denomina «Sínodo de la sinodalidad», es decir, un encuentro de todos los estamentos eclesiales, si bien muy especialmente el episcopal, para determinar cómo evangelizar conjuntamente la Persona y el Evangelio de Jesucristo. No en vano Francisco ha repetido tantas veces: «volved al Evangelio», que debería ser el núcleo de toda reflexión cristiana y por supuesto católica. Seguramente, nos perdemos en discusiones teóricas o supuestamente doctrinales, y sin embargo olvidamos que nuestro problema como creyentes cristianos es qué hacemos con Jesucristo en una sociedad agnóstica». Dedicar el tiempo a otras cuestiones nos impide dar soluciones verdaderamente creyentes a los desafíos de nuestra historia. Convencidos de que una sociedad impregnada de los valores evangélicos siempre será mejor que una sociedad que los expulse de sus estructuras y actividades. Note el lector que decimos «valores evangélicos» y no «doctrina religiosa», que son dos cuestiones muy diferentes.

Es evidente que desde su convocatoria, hará un año, la mera posibilidad de realizar tal Sínodo de la Sinodalidad ha provocado reacciones divergentes. Mientras para unos es el momento de actualizar la experiencia y dinamismos teológicos y pastorales del Vaticano II, interrumpidos tantas veces, para otros es una muestra del deseo del pontífice actual por determinar el futuro eclesial a su imagen y semejanza. Una divergencia que ya apareció con ocasión del mismo Concilio, en los sesenta, porque el binomio conservadores-avanzados se ha dado desde los comienzos en la Iglesia. Además, se trata de un fenómeno no exclusivo de la Iglesia Católica porque acontece en todas las estructuras humanas: me remito a nuestra sociedad más cercana. El problema, pues, no radica en la existencia del binomio enunciado: radica en intentar caminar conjuntamente, poniendo en común coincidencias y discrepancias para alcanzar puntos de convergencia avalados, en el caso católico, por la autoridad papal, garante sobre todo de la unidad.

Intentar analizar la naturaleza sinodal y su desarrollo desde fuera de estos parámetros es estar abocados a conclusiones necesariamente equivocadas. Otra cosa es que, desde determinadas ópticas, se decida interpretar al Sínodo como un acontecimiento semejante a nuestras reuniones parlamentarias, porque las ópticas son radicalmente distintas. Por ejemplo, el contenido sustancial de la fe es el mismo para todos, si bien sus formulaciones y sus matices respeten la diversidad. Caminamos juntos, los creyentes, en virtud de una esperanza compartida desde unos principios determinados. Caminamos juntos pero a diferentes velocidades. Junto al resto de la sociedad donde aparecen los signos de los tiempos, en los que el misterio de Dios se manifiesta, en un permanente discernimiento individual y comunitario.

Pero este Sínodo goza de una originalidad llamativa: no solo pretende diagnosticar el rol evangélico y evangelizador de la Iglesia, porque además abre las puertas de sus reuniones al laicado masculino y, por vez primera al laicado femenino, con voz y voto en determinadas reuniones. Es cierto que la integración de la mujer en las estructuras decisorias eclesiales es todavía muy lenta, pero está siendo este papa quien acelera los medios para que tal integración se acelere y aumente, superando las críticas de clérigos e incluso laicos. Precisamente estas decisiones papales muestran el firme deseo de Francisco de dar luz verde a todos los bautizados en las responsabilidades del Pueblo de Dios… Que camina junto en el tiempo y espacio históricos. Hablar de sinodalidad, en definitiva, es hablar de la misma naturaleza de la Iglesia, en la que todos somos hermanos desde distintos carismas y proyecciones. La Iglesia es sinodal. Si preferimos, la Sinodalidad es la forma democrática eclesial.

El próximo 4 de octubre se inaugura la primera sesión de esta magna asamblea, por supuesto menos ambiciosa que un Concilio, pero que muy bien puede denominarse, con toda la discreción necesaria, el «concilio del papa Franscisco». En tal Sínodo cuajará su pontificado y probablemente seamos capaces de superar objeciones para poner decisiones sobre el tapete de la Iglesia del siglo XXI. La sociedad civil hará bien en seguirle la pista a esta asamblea porque, puede que indirectamente, tenga consecuencias para la conciencia de muchos ciudadanos. Seguiremos la pista e intentaremos comentársela puntualmente

PS. De oportuna lectura, Sinodalmente: forma y reforma de una Iglesia sinodal; de Rafael Luciani y Serena Noceti (PPC).

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