Es suficientemente conocida la frase atribuida a Méndez Núñez de que «es mejor tener honra sin barcos, que barcos sin honra», que, al parecer, se pronunció en el contexto de la Guerra Hispano-Sudamericana de los años 1865/1866. El significado de esa frase está claro y alude al hecho de que, en caso de tener que optar entre los principios éticos o la ganancia económica, es mejor atender a los primeros que a lo segundo. Suele asociarse esa expresión a un sentido de la «españolidad» basado en el honor y la honra.
Creo que, en la actualidad y por desgracia, es evidente que en la vida política se está optando, casi siempre, por lo contrario. Esto es, se opta por la decisión que, aunque vaya en contradicción con lo que se ha venido defendiendo, mejor asegure el futuro personal de los dirigentes de que se trate. Y me parece que esto vale para todas las formaciones políticas, aunque algunas de ellas pretendan aparentar lo contrario (léase PP o Vox).
Como todos sabemos, los resultados de las últimas elecciones generales evidenciaron una dispersión de las preferencias de los votantes que hacían muy difícil la obtención de una mayoría suficiente y estable para la designación de Presidente del Gobierno; en estos meses estivales se ha escrito mucho y variado sobre esta cuestión. La dificultad se acentúa si tenemos en cuenta que, para cualquier acuerdo, son necesarios los votos de partidos minoritarios a escala nacional, pero con peso importante en el País Vasco y Cataluña. Así, desde la celebración de las elecciones -y, sobre todo, desde el encargo para la investidura del candidato del PP, Alberto Núñez Feijoo- se ha venido asistiendo a una especie de subasta, curiosamente relacionada con el otro posible candidato -el del PSOE, Pedro Sánchez.
En esa «subasta», parece que las demandas de algunos grupos políticos cada vez son más difíciles de cumplir y, a medida que va avanzando el calendario, se vuelven más exigentes y perentorias. De forma que el simple hecho de entrar a discutir sobre ellas se torna ya problemático (sobre todo si se tiene en cuenta la hemeroteca y lo que cada uno haya dicho en el pasado). Basta ver el lío interno que tiene el PSOE con el tema de la amnistía y demás.
A este respecto, mucho se ha escrito y opinado acerca de si las medidas que reclaman los partidos Junts y ERC para otorgar su voto a Pedro Sánchez caben o no en nuestra norma constitucional, pero lo que me parece evidente es que, en cualquier caso, con la adopción de esas medidas se forzaría al máximo el espíritu -además de la letra- de la Constitución. Y ello con la finalidad de mantener los «barcos», aunque sea perdiendo la honra (o sea, en contra de lo que el Partido Socialista había mantenido hasta ahora).
En todo caso, cualquiera que sea el resultado al que se llegue, es muy penoso tener que asistir a este degradante espectáculo, en el que las demandas más estrambóticas van siendo asumidas (aunque sea cul batut i cara alegre), pese a que se encuentren alejadas del interés público y de los intereses generales que, en teoría, debe perseguir la acción del gobierno. Bien está que un partido político cambie su posición respecto al tema que sea, pero ello ha de obedecer a unas razones que no sean las de la exigencia puramente de oportunidad, como sucede ahora (al modo de un niño pequeño que solo pide caramelos, y que, si no se los das, amenaza con romper todo).
Hubiera sido más honesto y acorde a los resultados electorales que todos comprendieran, desde el primer momento (o, al menos desde que se empezaron a formular esas demandas enrevesadas), que no había más opción que un entendimiento de mínimos entre los dos grandes partidos -negado por unos y otros- o una repetición electoral… a la que parece vamos abocados.