Guerra y González aparcan el odio visceral que se dispensan mutuamente para revitalizar a la derecha. Son los coristas del PP/Vox, bajo la batuta de Aznar. No corean a los conservadores desinflados por una sinceridad malentendida, sino en aplicación de la envidia ibérica quintaesenciada. Ayer abominaban de Zapatero, hoy de Sánchez y mañana de cualquiera que desee gobernar a su PSOE y a su país. No toleran la decrepitud propia, descargan la vejez sobre sus herederos desagradecidos, patalean para que les abran un hueco en prime time. No servirían ni como presidentes de una hipotética república, otro vínculo con su compadre Aznar.
La zarzuela de G&G acarrea consecuencias. Los dos sansones de la tercera edad intentan infructuosamente que el templo socialista se derrumbe con ellos fuera. No aportan ni una idea para que gobiernen las izquierdas, anhelan por tanto la llegada de PP/Vox. Antes ultraderechistas que federalistas, en el estribillo de sus coros Sánchez no ha de amnistiar a Puigdemont y además debe arrodillarse ante Vox.
Sin embargo, nadie puede hoy saltar a la palestra y declararse investido de la razón. G&G han cometido el error de olvidar que desatar un terremoto no implica controlar sus efectos. Actúan con la prepotencia que desplegaban en su apogeo, para aplastar a disidentes como Pablo Castellano o Gómez Llorente. La firmeza maximalista redobla las réplicas hirientes en las redes asociales. Cuando el gracioso Guerra esgrime la peluquería de Yolanda Díaz en el más puro estilo Rubiales, no solo exhibe qué espíritu del 78 desea restaurar. Sobre todo, insulta a Sumar para omitir a Vox, se hermana con la ultraderecha tardofranquista. En cuanto a González, nunca expuso una idea brillante que no tomara prestada. Los coristas no han cambiado, pero se les ha enmohecido la inteligencia. Están reforzando a Sánchez, si conservaran un átomo de su agudeza primitiva, cabría imaginar que actúan con el propósito encubierto de consolidar a su sucesor.