Quería hablar, con nostalgia, de la próxima desaparición de la marca Seat, un nombre unido a la historia de España desde hace casi 75 años, pero un ilustre opinador, Juan Tallón, se me ha adelantado. No obstante, seguiré con mi plan, so pena de no estar a la altura del brillante escritor.
Se va a esfumar por decisión del poderoso grupo Volkswagen, que es su dueño desde 1986. El emblema va a morir a manos de Cupra, un hijo comercial suyo que ahora vende mucho más que él. «Es el mercado, amigo», dijo el exministro de Economía del PP Rodrigo Rato, que desde el infierno intenta rehabilitarse con sus memorias.
Cupra también es un acrónimo, aunque derivado del inglés. Ofrece un aire deportivo, un espíritu de modernidad. Es un buen reclamo, pero a mí me gusta más algo clásico, de toda la vida y de confianza.
El invento nació el 9 de mayo de 1950, en pleno franquismo. La Dictadura quería tener una industria de automoción propia, aunque en cuestiones técnicas tuvo que pedir ayuda a la italiana Fiat. Sociedad Española de Automóviles de Turismo, recibió como nombre el recién nacido. En esa denominación había dos claves: era una iniciativa del Régimen y pretendía facilitar el acceso a la población a los coches de turismo. Nada de altas gamas, deportivos, ni camiones.
La empresa consiguió ampliamente sus objetivos y llegó a tener éxitos arrolladores como el 600. Aquel cacharrito cambió la vida de nuestros abuelos, padres y de muchos de nosotros. Se podía comprar a plazos y dio un poquito de libertad en una sociedad dominada por el autoritarismo y el control estatal.
La lista de modelos de esta industria es muy larga. Cada época tuvo algún prototipo triunfador, más seguramente los ganadores fueron el 600, el 127 y el Ibiza.
Cuando yo era pequeño mi padre se compró un 1.500. Me acuerdo perfectamente de la matrícula de aquel coche, así como la del que lo sustituyó. Son cosas de la memoria, retazos de la infancia que perduran en el tiempo no se sabe por qué. Luego se te olvidan datos del presente o del pasado más inmediato. De mis automóviles solo recuerdo la actual placa, aunque he tenido que diseñar una complicada regla mnemotécnica.
Los siete hermanos, mis padres y hasta la abuela cabíamos en el 1.500. No me pregunten cómo. Entonces no había las limitaciones de aforo actuales. Tampoco los vehículos tenían cinturones de seguridad. La gente nos contaba cuando descendíamos del turismo. Lo pasábamos bien.
Nunca tuve uno, aunque aprendí a manejar el volante en uno de ellos. Me pasé al Peugeot por tener un mecánico de confianza de esa firma. Estoy muy contento.
En 1982 los números fueron sustituidos por nombres de ciudades, una idea brillante. Balears siempre ha estado presente en ese universo. Ya hemos mencionado el Ibiza; también estuvo el Inca; el Formentor ya fue abducido por Cupra.
Los previsores alemanes registraron el nombre Mallorca. Ignoro por qué no se patentó la denominación Menorca, un desprecio para la maravillosa isla hermana.
No sabemos si se lanzará un vehículo eléctrico que evoque a la mayor de las islas de nuestro archipiélago. Lo seguro es que ya no será un Seat.