escrito sin red

Espectáculo bochornoso

Ramón Aguiló

Ramón Aguiló

No todo en el fútbol es simple entretenimiento. A veces alcanza niveles de emoción y placer estético. Por ejemplo, en el gol de Messi en el estadio Red Bull Arena de Nueva York. Nada que ver con instituciones carcomidas por la corrupción como la FIFA, la UEFA o la RFEF. Habíamos visto ya de todo, pero el espectáculo bochornoso de la entrega de medallas al equipo femenino de fútbol como campeón mundial superó todas las expectativas de vergüenza. No sólo por el forzado de un beso a Jennifer Hermoso por el presidente de la RFEF, Luis Rubiales, calificado como agresión sexual, reproducido, para humillación de España, en todas las televisiones del mundo; también por la procaz tocada de huevos que se permitió el machirulo para ufanarse como si fuera suyo de un triunfo de las jugadoras, ante la Reina de España y la infanta Sofía. Ves este espectáculo y no sabes dónde meterte. Ya puede gastarse todo el dinero que quiera el Gobierno para promocionar España que su indolencia para acabar con la corrupción en las instituciones, especialmente las deportivas, acabará por hundir la imagen del país.

Ahora todo son jeremiadas y autojustificaciones de los mandamases, desde Sánchez hasta Iceta, con anuncios de denuncia de los hechos por el Consejo Superior de Deportes ante el Tribunal Administrativo del Deporte y justificando la lentitud de los trámites por los procedimientos establecidos por las leyes. Pero desde 2022 se conocen las gestiones de Rubiales para el pago de comisiones, 24 millones de euros a Gerard Piqué por el traslado de la Supercopa de España a Arabia Saudita o la fiesta en Salobreña con chicas jóvenes, con el pretexto de una reunión de estrategia entre los federativos; por no hablar de viajes a Nueva York del ínclito presidente con sus amantes. Se conocía esto y nunca hubo una gestión del Gobierno para atajar los abusos. No gustaba Rubiales, pero había que mantenerlo para evitar que Tebas acumulara todo el poder del fútbol. Su padre había sido alcalde del PSOE en Motril y después director general en el Gobierno andaluz, del que tuvo que dimitir encausado por los Eres andaluces. La nota surrealista, merecedora de figurar en el Celtiberia Show de Luis Carandell es el encierro y huelga de hambre de su madre en una iglesia de Motril por «la cacería inhumana y sangrienta» contra su hijo, seguida también con sumo interés por la prensa internacional, hasta que Jennifer Hermoso diga la verdad, que fue un beso consentido. ¡Lo que una madre hace por un hijo!

El espectáculo ha tenido sus derivadas. Muchos, en el PSOE, tras las soflamas del Me Too gubernamental de Irene Montero por la tardanza en actuar, se preguntan por qué la ministra no fue destituida de inmediato por la ley ‘sí es sí’, con efectos mucho más deletéreos en España que el beso robado de Rubiales. Pasan por alto que esa ley no sólo es ley Montero, también es ley Sánchez, que la hizo suya (una ley pionera en Europa) y de todo su Gobierno. Otra derivada ha sido la radiografía del alma de los gerifaltes del fútbol, esos que aplaudieron a rabiar a Rubiales cuando éste entonó el «¡no voy a dimitir!, ¡no voy a dimitir!, ¡no voy a dimitir!», Luis de la Fuente y Jorge Vilda, seleccionadores nacionales de fútbol masculino y femenino que, cuando se conoció la sanción de la FIFA de suspender a Rubiales durante 90 días, pasaron a reclamar su dimisión como presidente, no fuera que con él también ellos fueran purgados de sus puestos, retribuidos con un millón y medio millón de euros anuales. Tartufos, farsantes ajenos a todo lo que significa nobleza de carácter y dignidad humana.

La política partidaria también ha formado parte del espectáculo y del bochorno. Si Feijóo naufragó en la gestión de los pactos con Vox y, en la campaña electoral, resumiendo su programa en la propuesta de «derogar el sanchismo» sin la menor apuesta de medidas de regeneración democrática, ahora puede que siga por el mismo camino. Para empezar, no es cierto que haya ganado las elecciones, como sigue afirmando cada día, supongo que para convencer a sus afiliados de la bondad de su liderazgo. Él había firmado muchos meses antes que si no gobernaba se iba. Ahora ya no quiere irse. Ha encabezado la lista más votada, pero en una democracia parlamentaria, en todas ellas, no gobierna la lista más votada sino la que consigue formar Gobierno. No se sabrá quién ha ganado las elecciones hasta que se sepa quién forma Gobierno, si Feijóo o Sánchez. Yo, que no he votado por ninguno de los dos, veo más probable que lo consiga Sánchez. Porque, entre otras cosas, no parece aglutinar tantas voluntades en contra como Feijóo. En el propio PSOE ya se están tragando sus propias palabras tras las elecciones, que no traspasarían las fronteras de la Constitución. Ahora la amnistía, dicen, ya puede tener encaje constitucional.

Feijóo ha dicho que no es un rival político ni ideológico de Junts. Hombre, ¿un partido que con ERC protagonizó los sucesos del golpe de Estado de 2017 y la proclamación y suspensión de la República catalana no es rival político e ideológico? Lo que hay que oír. El PP justifica su acercamiento a Junts con el objetivo de encarecer la investidura de Sánchez. Si sube hasta un nivel inasumible para el PSOE, la repetición electoral está más cerca. Ahora sí que ya no entiendo nada. O sea, si se encarece impulsado por el PP el precio a pagar, no lo pagará Sánchez formando Gobierno, lo pagaremos todos los ciudadanos y esto le parecerá de perlas a Feijóo. Como estrategia es imposible empeorarla. Si es inasumible para el PSOE, entonces Feijóo no persigue lograr la investidura con la abstención de Junts, sino la repetición electoral. Entonces está protagonizado una farsa, no una negociación de verdad para conseguir apoyos. ¿Hablar y dialogar? Lo que se necesita es acordar. Si el proceso de pactar la amnistía o el referéndum constituye en sí mismo un proceso de envilecimiento para el PSOE, como dice Arcadi Espada, estas ocurrencias de Feijóo que parecen salidas de una propuesta patafísica de Fernando Arrabal, conducen directamente a su descrédito personal.

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