El arte de la simulación

Daniel Capó

Daniel Capó

La política es el arte de la simulación: se dice lo que no se piensa y se piensa lo que no se dice. Es el poder el que rige siempre, sea cual sea la verdad que hay en juego. En pos del poder, se sustituye una verdad por otra o se la transforma de acuerdo con los intereses concretos del partido. Y esta dinámica de fondo se percibe aún con más claridad en tiempos electorales —aunque, ¿qué tiempo no es electoral hoy en día?—. Por ejemplo, a un mes de las generales, los discursos se han radicalizado y las plataformas mediáticas de los partidos han entrado en pánico. Desde la izquierda, se vuelve a la alarma antifascista y, desde el independentismo, se afirma que en Barcelona se ha aplicado un nuevo 155 para anular la voluntad democrática. Ejemplos como estos podríamos encontrar muchos. Lo mismo sucede si miramos a la derecha, donde el elemento crucial sería no desmovilizar a su electorado, porque quién sabe si la oleada azul de las pasadas autonómicas y municipales va a ser insuficiente para recuperar la Moncloa. En tal coyuntura, el PP tiene que seguir recuperando voto del PSOE (vendiendo la figura de Feijóo como el mejor baluarte frente a los excesos de Vox, por un lado, y de las políticas de la llamada «coalición Frankenstein», por el otro), sin perder el elemento aglutinante del voto útil conservador, de modo que no conviene hacer demasiado visible la muleta de Vox ni distanciarse tampoco en exceso del partido de Abascal (no sea que necesite su apoyo como ha sucedido en la comunidad valenciana, por citar un emplazamiento clave).

La pregunta que se hacen los estrategas políticos en estos momentos es muy sencilla: ¿a qué tiene más miedo el votante moderado de nuestro país: a una reedición del sanchismo, con sus alianzas «contra natura», o a un partido que para gobernar necesite la muleta de Vox? ¿Qué moviliza más al votante de izquierdas y al de derechas? Porque la clave de estos días no es otra que una movilización, dependiente no tanto de los proyectos de futuro —muchos los desconocemos— como del temor inducido por la propia clase política. Para unos, el retorno de la derecha supondría la mayor involución en derechos y libertades desde la llegada de la democracia; para otros, la supervivencia de la nación española, el pacto constitucional del 78 y el crecimiento de la economía estarían en juego si reeditase su victoria el actual gobierno. Toda esta activación emocional tiene un único objetivo: decidir nuestro voto no en clave racional, sino desde las vísceras, los prejuicios o la impulsividad. Por tanto, hay que huir de cualquier eslogan, lo lance quien lo lance, nos suene mejor o peor.

Al final, conviene ponderar las tendencias de fondo, las dinámicas latentes que observamos en nuestro día a día. Se nos dirá —con razón— que las ideas importan; pero a lo que asistimos en estas últimas semanas tiene muy poco que ver con el debate ideológico y sí —mucho— con una histeria programada para impedir un diálogo razonable. Lo que aquí cuenta de verdad son nuestros derechos y libertades —y quien los defenderá mejor—, el buen funcionamiento de las instituciones, la modernización de la economía y el empleo de calidad, la sostenibilidad de las cuentas públicas y de las políticas de bienestar, el cuidado de la cultura y de la educación, el respeto por la pluralidad (muy especialmente cuando nos resulta molesta), etc., etc. La política, insisto, es el arte de la simulación. No hagan caso de ninguna de las batallas dialécticas a las que estamos asistiendo.

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