Tierra de nadie

Duda

Juan José Millás

Juan José Millás

En la radio, un tipo hablaba de los beneficios de la ducha de agua fría como un cura hablaría de las virtudes de la confesión. Parecía el sumo sacerdote de un culto nuevo. ¿Y qué prometía este credo religioso? Eliminar los dolores de espalda, las jaquecas, la enuresis, el estreñimiento, la depresión, el insomnio, la obesidad mórbida, la ansiedad… No había mal que se resistiera a la ducha de agua fría si se practicaba con disciplina (todos los días y a la misma hora).

—A mí mismo —confesó— me sirvió para salvar mi matrimonio, que estaba a punto de irse a pique. Y solo fue necesario que me duchara yo, pues mi mujer es más partidaria del baño.

Según contó, las bajas temperaturas activaron un grupo de neuronas que llevaba mucho tiempo sin usar, debido a la falta del estímulo adecuado, y que le ayudaron a contemplar su situación conyugal desde una perspectiva insólita: no estaba a punto de separarse de su esposa porque se llevaran mal ni por incompatibilidades de carácter, sino por un simple deseo de cambio que el divorcio, lejos de acelerar, retrasaría debido a las burocracias a las que nos obligan estas circunstancias. Lo que él necesitaba, le habían dicho las neuronas, era una transformación de orden interno para la que no era preciso irse de casa.

Contó también que tenía un hijo de 15 años que iba muy mal en matemáticas hasta que logró convencerlo de que se duchara con agua fría. El chico se metió en el baño y salió recitando a Pitágoras. También mejoró su sintaxis que, sin ser horrorosa, dejaba bastante que desear. El sumo sacerdote del nuevo credo estuvo un cuarto de hora enumerando los milagros que este modo de higiene había obrado en su círculo familiar. Yo no me creía nada de lo que decía, pero se expresaba con tal entusiasmo que no podía dejar de escucharle, y eso que estaba en la cama, con un dolor de cabeza incapacitante, de los que te amargan el día. Había bajado la persiana y había cerrado los ojos para combatirlo. Cuando el hombre se despidió, apagué la radio, salí de entre las sábanas, me metí en el baño y me duché con agua fría. El dolor de cabeza desapareció, pero no sé si se debió a la ducha o al ibuprofeno que me había tomado antes de acostarme.

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