En aquel tiempo

Breve historia de unos días

Norberto Alcover

Norberto Alcover

Resulta que el hombre se encerró con su propia conciencia, a solas, sin testigos, sólo contra lo sucedido. Y, de golpe y porrazo, recordó lo que alguno de sus asesores le habían recomendado: no lo dudes, si perdemos, da un volantazo y evita meses muertos, y déjate de problemas de conciencia, o algo así. Porque el hombre estaba seriamente molesto consigo mismo, con el hecho de que su reputación se había desplomado ante las miradas de propios y extraños. Si las cosas se habían desmoronado ahora, bien podían volver a desmoronarse en noviembre. Y el hombre, además, sabía que todo dependía de su voluntad dogmática y dominante, de nadie más, porque era él quien había alzado este edificio coaligado que ahora temblaba. Más todavía, donde hasta ese maldito día dominaba, varones interpuestos. El hombre estaba a solas consigo mismo… y con su sola conciencia. Ese lugar donde es imposible mentirse, a no ser que tengas alguna patología declarada, cuando el egoísmo dominante te altera la visión de la realidad, sobre todo cuando es adversa. Pero bueno, ahí estaba él sumergido en su conciencia, y en conciencia solipsista decidió dar el volantazo que sus asesores le habían recomendado, sin moralinas constitucionales ni respeto al adversario. Apareció en Moncloa a mitad de mañana y comunicó al mundo su decisión: adelantaría las elecciones porque los españoles tenían derecho a decidir como mejor quisieran, que de eso va la democracia. Pocas palabras, nada de preguntas, entre otras razones porque el nombre estaba completamente solo, sin aditamento alguno, solo ante el micro, con su traje azul y su corbata neutral, para no molestar más de lo previsto. Y su rictus más elaborado: esa media sonrisa cínica que todo lo envuelve. Y ya está. La conciencia del hombre, una vez más, había determinado la suerte de millones de españoles que no daban crédito. El hombre dio media vuelta y desapareció en sus interiores. Punto pelota.

Había dicho días atrás, cuando un asunto terrorista se puso sobre el tapete, que algunas cosas son legales si bien no serán decentes. Tenía toda la razón, solamente que entonces había superado un posible ataque de decencia y ahora hacía lo mismo… porque su conciencia se lo imponía. Nada menos que su conciencia, casi nada. Cuando se reunió con el grupo de sus más cercanos colaboradores, a los que llamamos ministros porque seguramente administran, no dejó lugar a comentarios porque en realidad ya no había remedio. El hombre dominante, en su rol de gran jefe de la gran tribu, lo había decidido por el bien de los españoles y su capacidad de decisión política, si bien olvidó que horas antes, los españoles ya se habían decidido en semejantes cuestiones y de ahí, precisamente, venía su enfado, como ya se dijo al comienzo de esta breve historia de egoísmo. Todos quedaron perplejos, pero alguno o alguna aplaudió la medida porque comprendió su alcance y la urgencia de aplacar el entusiasmo de los adversarios y levantarse del duro suelo a los compañeros y compañeras golpeados en las urnas. Era de cajón: superar la derrota mediante una decisión legal pero tal vez no muy decente, desde un punto de vista democrático. Y es que si el pueblo español había manifestado sus decisiones, había que darle la oportunidad de rectificar y reconocer la dimensión de su obra, la del hombre en cuestión, faltaba más. Y a partir de ahí, todo sucedió tranquilamente, encomendándose nuestro hombre a su buena suerte y a las comunicaciones de su amigo Tezanos y su maravilloso CIS. Pienso que lo que ha venido después lo conocen perfectamente.

¿Y los vencedores de días atrás? Pues fastidiados ante tal decisión inesperada pero sacando fuerzas de flaqueza para encarar dos meses indescifrables. Algo, sin embargo, tienen claro: su líder, otro hombre, es objeto de burla pública por su modestia y serenidad, y esas cualidades reconocidas tal vez jugaran a su favor en tiempos turbulentos. Su hombre tendrá que jugar fuerte en esta tremenda partida de póker político, pero sin perder los papeles, sin dejarse enredar por los gritos individuales y mediáticos.

Mientras tanto, Europa nos mira de soslayo: el primer hombre tenía una cita relevante pero sus adversarios han impedido tal demostración de fuerza. Mejor, piensa uno, porque sus amigos europeos defienden una socialdemocracia patente, sin vinculaciones llamativas con radicalismos ya periclitados. Mientras tanto, el segundo hombre enfrenta semejante situación a su derecha y tendrá que hacer malabares para salir del envite. Mientras tanto, el Presidente mira de reojo a Yolanda, a quien ayudó a levantar el vuelo, de la misma manera que el líder popular contempla con preocupación la euforia de Abascal. Esas malditas coaliciones que desdibujan programas electorales previamente votados por la ciudadanía. Mientras tanto, los varones de territorios socialistas derrotados intentan hacerse con un hueco en el próximo Congreso. Todo tiene una tremenda lógica… pero mientras tanto nos preguntamos en qué acabará todo ese maldito embrollo provocado por el egoísmo político del hombre del traje azul y corbata neutral. Y es que permitir que todo un colectivo dependa de la voluntad de un solo hombre es construir una pendiente para la aparición del despotismo ilustrado a la derecha o a la izquierda. De tal manera que, en esta vorágine electoral precipitada, han dejado de valer los programas para condensar todo el porvenir en las personas, lo que tiene su lógica emocional pero es un auténtico disparate democrático. Y es que lo que está es juego es un modelo de sociedad, que llene el vacío moral en que nos encontramos.

Llegados aquí, solamente nos queda añadir una reflexión que parece obligatoria: si el 23 de julio nuestro primer hombre resulta vencedor, se convertirá en líder absoluto de su partido y seguramente liderará también una coalición de gobierno en compañía de su abrazada Yolanda, pero en caso contrario, si su partido no obtiene mayoría electoral, entonces nuestro primer hombre seguramente se quite de en medio mientras su partido se sumerge en una crisis de identidad irremediable. En una u otra resolución del caso, lo que está en juego es el futuro político del hombre del traje azul y corbata neutral. Tiene gracia que España dependa de ambas resoluciones.

Como dijo el tremendo Patxi López, «Tampoco se termina el mundo» Pero las estaciones son diferentes.

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