Oblicuidad

Indiana Jones, la bala mata antes que la espada

Matías Vallés

Matías Vallés

El sarraceno vestido de negro Estado Islámico prodiga jeribeques con su alfanje, frente a un sudoroso Indiana Jones. Han pasado más de cuarenta años, la escena define En busca del arca perdida. Con el látigo en la mano, el aventurero contempla fatigado la exhibición de su adversario. Harto de prolegómenos, desenfunda la pistola, mata de un balazo al árabe y envía a miles de personas en todo el mundo a estudiar Arqueología.

Descerrajarle un tiro a un rival armado con una espada es uno de los momentos más cínicos del séptimo arte, una ráfaga desternillante que encajaría a la perfección en La vida de Brian. La escena plantea dificultades, sobre todo a un Harrison Ford de carisma infinito pero limitados recursos histriónicos. El héroe se emplea a la perfección, y el rasgo cómico entroniza a la serie que ahora llega a su quinta entrega con mayor exactitud que cualquier disertación estética. Y ahora viene lo mejor, porque el duelo resuelto por la vía rápida no constaba en el guion original.

En busca del arca perdida se rodó en Túnez. Igual que La vida de Brian. O que La guerra de las galaxias, pero basta de divagaciones. Ford estaba agotado y había sufrido un brote de disentería, con la diarrea consiguiente. Steven Spielberg calculaba invertir tres días y medio de rodaje en el enfrentamiento entre el látigo y la pistola, una duración insoportable para su estrella enferma. De modo que el protagonista ideó la resolución abreviada del duelo que entró en la historia.

Antes de redescubrir a los dinosaurios, y todos los lectores de Michael Crichton nos percatamos de que Jurassic Park desataría la dinomanía, Spielberg selló el género del esoterismo nazi en Indiana Jones, un Marlowe turístico. Ford interpretaba en la tercera salida de su héroe al hijo de Sean Connery, pese a que solo doce años separaban a ambos actores. El actor en la piel de Indiana Jones carece de edad, compone un ser humano irresistible, sin parangón hasta el desembarco de la perplejidad sardónica de George Clooney.

El arqueólogo a tiros se había retirado a la carpintería antes de convertirse en estrella, se sentía más cómodo pilotando aviones que efectuando declaraciones. Por eso emociona sin palabras bailando con Kelly McGillis el Wonderful World de Sam Cooke, el precursor de Rod Stewart. O con su papel icónico, el Rick Deckard que en Blade Runner empuña la pistola Katsumata Blaster que ya no mata hombres, solo ejecuta a mujeres antes de que el liquidador sea redimido por una figura crística, el inconmensurable Rutger Hauer.

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