Tierra de nadie

Suicidio

Juan José Millás

Juan José Millás

En un viaje de trabajo fui a caer en un hotel muy triste, lleno de habitaciones desesperadas. La que me tocó a mí tenía una ventana pequeña que daba a un angosto patio interior por cuyas paredes discurrían las bajantes de los cuartos de baño. De sus junturas, mal selladas, escapaban restos de orines y materia fecal que daba espanto ver. Los muebles de la habitación parecían diseñados para una estancia más grande, de modo que apenas quedaban huecos para moverse entre ellos. Lo mismo ocurría en el minúsculo cuarto de baño, donde los sanitarios se amontonaban de cualquier manera. El espejo estaba iluminado de tal modo que hacía al que se miraba en él diez o quince años más viejo de lo que era. Tras el primer golpe de desánimo, respiré hondo y me dije que solo tendría que pasar allí una noche.

Me acosté tarde, después de una intensa jornada de trabajo. Al poco de haberme metido entre las sábanas -muy ásperas, quizá algo sucias- y después de que hubiera adoptado la postura fetal, la habitación me habló en medio de la oscuridad. Esto me dijo: «Ten compasión de mí. Fíjate adónde da la ventana, que es mi ojo, un ojo condenado a ver día y noche esos conductos de aguas residuales que tanto horror te han producido a ti. No sé si has abierto el armario, me parece que no, pero las pechas están encadenadas a la barra para que nadie las robe. Espero que no se te haya ocurrido tocar el mando a distancia de la tele, que es un criadero de bacterias, pues no se ha limpiado jamás…».

La habitación fue enumerando todas las penas en las que yo ya había reparado para finalmente invitarme al suicidio. «Nadie», dijo, «se ha matado aún en esta habitación, lo que me convierte en una estancia maldita, pero sin curriculum».

Para no responder, me hice el dormido y misteriosamente, fingiendo que dormía, me dormí. Abandoné el hotel de madrugada, pero con las prisas me dejé en él una caja entera de ansiolíticos con los que temo que se suicide el siguiente huésped. La habitación desde luego, se lo merece, pero uno no puede ir haciendo favores a todo el mundo.

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