Al Azar
Sánchez asusta a sus votantes
Pedro Sánchez ha protagonizado el primer mitin del 23J en el Congreso, solo para adeptos. Con su sonrisa una especie de mueca, le costaba mirar a los ojos a sus huestes. Se mostraba impaciente incluso ante los aplausos, tras confesar que había llamado a urnas «con mi conciencia». Y eso que los parlamentarios del PSOE han aprendido a batir palmas de arco corto y con la frecuencia acelerada de los jerarcas del partido comunista chino, un estilo nacido en ambos casos del miedo. O el presidente del Gobierno recupera los bríos, o dejarán de programarlo en hora punta las cadenas televisivas a las que criticó con acritud en directo.
«Ningún líder que merezca serlo», se refiere Sánchez a sí mismo en una categoría imperial que ningún líder mundial se atrevería a utilizar. Sus «formidables avances» suenan a hueco porque se votaron con escaso éxito el pasado domingo. «La mejor de las Españas» se acaba de pronunciar sobre los valores en juego el 23 de julio. Sus reproches a «la conjunción entre la derecha extrema y la extrema derecha» descalifican en realidad a los votantes, autores con sobrado conocimiento de causa del mapa salido del 28M. No le acaban de derrotar PP y Vox, sino los españoles bajo el irrebatible conjuro electoral.
De ahí que el problema de Sánchez no radique en la ausencia de autocrítica, al margen de un genérico «hemos hecho más cosas buenas que malas». Puede sobreponerse incluso a su Gobierno de tercera división, en que ningún ministro aspira a algo más que a darle la razón. Su conflicto es que ya no solo asusta a las derechas, como siempre, ahora también genera algo muy parecido al miedo entre los suyos. El PSOE se está derrotando a sí mismo, sin interferencias ajenas. Hasta el punto de que el mayor contrincante de Vox ha dejado de ser el presidente del Gobierno, y la ultraderecha moderada teme ahora la pujanza del PP, así que Abascal ha de imponer sus pactos regionales para no incurrir en la irrelevancia. Sánchez ha agotado los recursos y la ilusión, se escuda en la evidencia de que gobernar es difícil. Y nada más fácil que dejar de hacerlo.
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