Oblicuidad
Martin Amis, el gran cronista del siglo cambiado
La muerte es el edulcorante más adictivo, las impostadas alabanzas póstumas castigan una obra literaria con mayor efectividad que un crítico feroz. Al fallecimiento de Martin Amis hay que replicar consignando que era demasiado sincero para servir como novelista. Un narrador te miente desde la primera palabra, desde la primera mirada. En cambio, el hijo de Kingsley Amis escamoteaba cualquier disimulo al dictaminar que «no está claro que Margartet Thatcher sea una mujer, con sus ojos de Calígula y sus labios de Marilyn Monroe». Lo siento por los obituarios liofilizados de un escritor sin tapujos, en las antípodas de devotos que confunden la sinceridad con un escudo para disimular el derechismo.
No puedo precisar cuántas páginas necesité para prescindir de las novelas de Amis, mera transposición del inigualable Tom Wolfe, este sí ultraconservador confeso. A cambio, he leído hasta el último átomo ensayístico, periodístico y memorialista del nativo de Oxford. En el campo de la descripción implacable, de la invención de neologismos oportunos y de un ajuste radical a la realidad, no tiene rival. Es el gran cronista del siglo cambiado, aunque el disidente Christopher Hitchens sea más efectivos por sus dotes de libelista.
A Hitchens no le preocupaban las formas sino los efectos, en su amigo a muerte Amis predomina la voluntad literaria, que ya nadie desgaja del ensayo. Sabes que siempre va a sorprenderte, lo cual no ocurre con sus novelas ni con la inmensa mayoría de articulistas pastueños. No respeta ni a su modelo, el Saul Bellow a quien destripará inmisericorde si incumple sus rigurosos estándares. Por eso las memorias de ficción Desde dentro no solo constituyen su último libro y una obra maestra, sino también la culminación de la literatura del siglo cambiado. El virtuosismo desgarrado de Amis es difícil de entender en un país que se emociona con la rusticidad diarística de Chirbes.
La muerte prematura de Amis es consoladora para sus defensores, que así no tendrán que respaldarle en la toma de posturas que hoy conllevan problemas. Al alabar una pornografía no misógina, o al comentar que «en las cumbres de jefes de Estado vigilan por si Thatcher va al lavabo equivocado». Estuve una hora a solas con la primera ministra británica, y es la déspota más femenina que he encontrado por mucho que la calificaran de «Ronald Reagan con testículos». También hablé con Amis, me sorprendió la timidez grávida de quien se manifestó porque callar es el pecado mortal.
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