VERDIALES

Elecciones

Inés Martín Rodrigo

Inés Martín Rodrigo

Antes de la pandemia, yo andaba. Lo hacía, además, a la carrera, casi sin posar los pies en el suelo, en volandas. Ahora, en cambio, camino, y dedico a esa actividad, bien placentera, una energía muy especial, liviana, que guardo para las horas finales del día, cuando el ocaso puede ser el principio de cualquier cosa, incluso de una novela. Hay una gran diferencia, repleta de bellos matices, de instantes detenidos, entre esos dos verbos similares que hay quien, erróneamente, considera sinónimos: andar y caminar. El que anda, no pasea y tampoco imagina ni siente, no sueña, sólo padece el día, apesadumbrado y deseoso de ponerle término.

Mis paseos diarios van siempre acompañados de música, sobre todo cuando los emprendo en solitario. En las últimas semanas, aparte de escuchar hasta rayarlo el último disco de The National, First Two Pages of Frankenstein, he vuelto a un tema que me acompañó en las primeras salidas del confinamiento: Everything Trying, de Damien Jurado. Es una canción breve, pero intensa, cuya letra habla del amor perdido, de la vida que pudo ser y elegimos que no fuera, de las decisiones que tomamos y de aquellas que nunca nos atrevemos a adoptar.

La descubrí en la banda sonora de La gran belleza, la película de Paolo Sorrentino que estos días cumple una década para recordarnos que incluso el arte que no es efímero, envejece, porque nada ni nadie, ni siquiera Jep Gambardella, puede impedir el paso del tiempo, detenerlo en un fatuo carpe diem.

Escucho una y otra vez la voz envolvente y delicada del cantautor estadounidense y pienso que sólo el escritor tiene esa cualidad reservada a los muertos, la de no cumplir años, pues con cada nueva novela podemos elegir la edad que queremos tener y quedarnos ahí, en un limbo literario donde presente, pasado y futuro transcurren al unísono y sin complicaciones vitales, que es la máxima aspiración del que se niega a crecer. Es, sin embargo, un espejismo temporal, una ilusión narrativa, pues cada párrafo está repleto de elecciones.

Ni en la literatura ni en la vida sirve de nada ponerse de perfil. Nos pasamos la una y la otra eligiendo. Esta palabra. Este trabajo. Este nombre para mi protagonista. Este coche. Este título. Este bolso. Esta trama. Este regalo. Este final. Esta casa. Este comienzo. Este amigo. Esta portada. Este primer plato. Este verbo. Este libro. Esta editorial. Este vino. Este estilo. Este autobús. Esta letra. Este restaurante. Y así en un eterno hilo argumental de decisiones que conviven con el azar, el auténtico motor narrativo de todo lo que nos sucede, incluso del amor, el único sentimiento en el que nuestra capacidad decisoria es mínima, de ahí su grande belleza.

Si como escritora me escudara en la abstención, me refugiara en ella, no tendría obra, no habría libros ni artículos, no habría palabras que justificaran mi oficio y, por tanto, mi vida. Cada elección importa, pesa, determina. Cada elección es vital. También las que se celebrarán en España este domingo. Según los datos del Ministerio del Interior, un 34,80% de las personas llamadas a votar se abstuvieron de hacerlo en los últimos comicios municipales y autonómicos del 26 de mayo de 2019.

Sin recurrir a nuestra historia reciente, al pretérito dictatorial, sin mencionar, siquiera, el término libertad, vaciado ya de significado de tanto uso abusivo (doy fe, pues lo recibí en mi buzón, de que el programa electoral de una candidata llegó a ser un folio con la bandera rojigualda y únicamente esa palabra), les pido, les ruego que voten, que elijan, que decidan, que no dejen en blanco esa página, porque, de lo contrario, otros la escribirán por ustedes.

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