Limón & vinagre

Guillermo Lasso | La tía Filomena en el purgatorio

Guillermo Lasso

Guillermo Lasso / EFE

Albert Soler

Albert Soler

Guillermo Lasso, presidente de Ecuador, se parece a mi tía Filomena, en la gloria esté. Lasso se parece a todas las tías que todos hemos tenido, se llamaran o no Filomena. Uno lo ve con sus gafas sin montura, con su cara redonda, sus labios fruncidos como a punto de ser tintados con carmín y su pelo canoso bien peinadito con raya, y no echa en falta más que un moño coronando la testa, seguro que los ratos libres que le deja su acción de gobierno, los dedica a hacer punto de cruz sentado en un viejo tresillo.

Habrá sido precisamente para gozar de más ratos libres, que hace unos días Lasso disolvió por decreto la Asamblea Nacional. Lo hizo mediante una figura legal de aquel país que se denomina «muerte cruzada», y para evitar el juicio político que se había iniciado en su contra, por malversación. Es una característica de todos los políticos del mundo, intentar evitar mediante algún subterfugio cualquier acusación en su contra, así que Lasso ha hecho lo que se esperaba de él. De haber dirigido su mirada a la madre patria, en concreto al nordeste de la misma, se habría envuelto en la bandera gritando a los cuatro vientos que se le ataca por amar al Ecuador, aquí esas cosas siempre funcionan mal que bien, y desde Pujol a Laura Borràs, a los dirigentes acusados de corrupción les basta con asegurar que son perseguidos por su amor a Cataluña para que, si no todos los catalanes, una parte de los mismos se lo traguen. Mucho debe aprender Lasso todavía.

Varios partidos de la Asamblea Nacional sospechan que la «muerte cruzada» -nada que ver con «el cruzaíto» que bailó Chiquilicuatre en Eurovisión cuando dicho festival era un evento serio- es una estrategia de Lasso para permanecer en el poder. Hay que ver lo perspicaces que son en Ecuador los miembros de la oposición, tal vez les diera alguna pista de que las intenciones del presidente podían no ser del todo limpias, el hecho de que policía y ejército blindaran rápidamente el edificio de la Asamblea. Cuando en Sudamérica el ejército rodea un parlamento, no suele ser para rodar un spot que anime a los jóvenes a alistarse, ni para recoger la basura ante la huelga de empleados municipales, sino para demostrar quién manda. Según ese barómetro, en Ecuador manda Lasso.

Lasso es banquero (sigue siendo uno de los principales accionistas del Banco Guayaquil), admirador de José María Aznar y supernumerario del Opus Dei. Si con semejante carta de presentación lo eligieron los ecuatorianos presidente, que no vengan ahora a quejarse, no esperarían un indigenista. Como buen banquero, al llegar a la presidencia prometió bajar los impuestos. Bueno, como buen banquero y porque, a causa de su fortuna personal, tributa unos 700.000 dólares al año, lo cual -más allá de la ideología que pueda tener- es una razón de peso para revisar a la baja el sistema impositivo.

Manejar el Estado como si fuera una empresa obliga a mucho. A Lasso, por ejemplo, lo obligó a mirar para otro lado cuando a principios de año salió a la luz una trama de corrupción en empresas públicas, liderada por su cuñado. Un presidente sin cuñado pícaro es como un rey sin corona, como un vaquero sin pistolas, como un Vinicius sin cabreo. Lasso, familia obliga, después de dos días mirando para otro lado, quitó hierro al asunto y defendió públicamente al cuñado. Aunque con tanta mala suerte que, tras ello, cuatro de los principales implicados en el caso huyeron del país, uno de los cuales, al parecer, alquilando un camión blindado para llevarse consigo todo lo amasado con los turbios negocios. Por si fuera poco, hace un mes, apareció asesinado un empresario testigo clave del caso. De todas formas, sería muy aventurado atribuir esta muerte a su papel de testigo: gracias al extraordinario aumento de la criminalidad que ha experimentado Ecuador desde que Lasso accedió a la presidencia, el homicidio podría obedecer a cualquier causa. Lo bueno de que las bandas organizadas y el narcotráfico controlen ya parte del país, es que uno puede elegir entre un amplio abanico de motivos para ser asesinado, no como en otros países, donde sólo los hay económicos y pasionales, menudo aburrimiento.

Con la «muerte cruzada», la Asamblea pierde su poder y éste queda casi por completo en la presidencia durante seis meses, cuando deberá haber elecciones. Ya veremos, que el poder es muy goloso, y en Sudamérica, más. De momento, ha emergido el supernumerario del Opus que habita en Lasso, declarando que ha «elegido gobernar seis meses en el purgatorio antes que dos en el infierno», aunque se diría que, como tantos gobernantes, él prefiere acogerse a que su mano derecha no sepa lo que hace su mano izquierda (Mateo, 6:3). Mi tía Filomena era también muy creyente.

Guillermo Lasso, durante un juicio político de censura en su contra, en la Asamblea Nacional, en Quito, la pasada semana.

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