Ante las elecciones

Norberto Alcover

Norberto Alcover

A pocos días de nuestra primera inmersión en las urnas, antes de unas elecciones generales históricas, es evidente que todas las reflexiones sociopolíticas están hechas y cada uno habrá podido hacerse una idea someramente clara y objetiva de cuáles serán sus opciones electorales. A fin de cuentas, la democracia representativa que nos incumbe, se basa en este sencillo gesto de depositar unos papelitos en unos objetos determinados… y esperar los resultados de mayorías y minorías. Con la consiguiente adecuación de las posibles coaliciones, con resultados tan ambiguos como venimos comprobando. Pero en fin, ese trabajo seguramente ya está decidido y pronto sabremos el resultado.

Pero en este momento, puede ser interesante plantear una serie de cuestiones de las que apenas se ha hablado o escrito las semanas pretéritas y que a mí juicio debieran formar parte sustancial de las ofertas de partidos y, lógicamente, de las respuestas votantes. Lo que seguramente no sucederá. Estas cuestiones sustanciales o no interesan a los que ofertan o se dice que los votantes pasan de largo ante ellas. Craso error porque cuanto vamos a escribir a continuación tendría que formar parte nuclear de todo programa electoral a cualquier nivel territorial, salvo que hayamos decidido movernos en una zona relativamente superficial del proceso electoral.

En estas estamos, cuando se nos echan encima dos acontecimientos relevantes. De una parte, la decisión inesperada de Rafa Nadal de no participar en el Roland Garros, pero sobre todo de programar su retirada para el próximo 2024. Seguramente le han costado ambas decisiones, pero nos permiten constatar dos realidades infrecuentes: conciencia de las propias limitaciones y sin embargo no renunciar a una utopía necesaria para intentar vencer en lo que uno pretende. Porque Nadal desea salir definitivamente de las pistas a lo grande, no a consecuencia de una humillante derrota. Nadal tiene las cosas claras y supedita el futuro a esa claridad, en la que se juega su trayectoria deportiva y, también, su propia personalidad como ser humano. En su momento, cuando a él y a sus preparadores ha parecido oportuno, ha organizado una rueda de prensa, para todos los medios sin excepción, y quedamos a la espera de los próximos meses tenísticos. Mientras Alcaraz asciende. Un detalle que para nada ha ofuscado a Nadal.

¿Son nuestros políticos, ellos y ellas, conscientes de sus limitaciones objetivas o han emprendido esta carrera electoral sometidos a las ensoñaciones personales o de partido? Porque uno se informa de las características de tales personajes y en ocasiones queda perplejo sobre su capacidad para gobernarnos, que de esto se trata. Y es que la vida nos demuestra que un político que desconozca, por ejemplo, el significado de la economía en la gobernación de los pueblos, sobre todo hoy, será incapaz de enfrentar soluciones oportunas de cualquier tipología. Será una lástima, pero el dinero se nos ha metido en todas las decisiones y solamente un serio conocimiento de su significado hace de un aspirante a político una persona adecuada para tal pretensión. Y al decir dinero como único ejemplo, no absolutizamos su valor pero sí queremos plantear las exigencias materiales para desarrollar los fines morales, eso que llamamos la «concepción del Estado desde el Gobierno del mismo».

Para nada se trata de aplaudir determinadas medidas neoliberales, pero tampoco sugerencias marxistas que se cuelan con facilidad, ni una ni otra cosa. Se trata de una exigencia de formación socioeconómica suficiente que, más tarde, contará con las sugerencias de los asesores oportunos. Sin darnos cuenta, el sentido de la propia limitación pero manteniendo la propia utopía decide a los grandes gobernantes y señala a los mediocres. De tal manera que un programa electoral sin su correspondiente coste económico es una fruslería que se la llevará el viento de la realidad. Cortar a tiempo hasta saberse retirar es el ejemplo excelente que Rafa Nadal nos acaba de dejar como testamento existencial «a priori».

Pero tenemos un segundo caso no menos atractivo. Cannes ha reconocido los méritos de Harrison Ford y le ha entregado su Palma de Oro. Ese hombre de graves arrugas en su rostro y de sus andares explosivos, ha querido cerrar su momento de gloria con dos agradecimientos casi sobrenaturales. De una parte, ha dicho que los verdaderos héroes son los viejos y a su vez ha resumido sus palabras, muy breves, en una serie de palabras emocionadas a su esposa, apoyo necesario para sus aventuras fílmicas. Indiana Jones tenía dos grandes referentes: un profundo sentido de la vejez y una absoluta vinculación a su compañera de vida. En definitiva, el aventurero modélico aparece en su recta final como un hombre de familia. Parece mentira que uno de los mitos cinematográficos del salto del siglo XX al XXI, cierre su gira existencial con estas dos referencias, la vejez y la familia.

Es cierto que la vida íntima de un político no debe de interferir en su desarrollo público, o al menos esta separación se ha convertido en cuestión indiscutible. Y sin embargo, las convicciones morales de toda persona en torno a la vida y también a la muerte, con todas sus consecuencias, tales convicciones morales serán de una trascendencia nuclear a la hora de tomar decisiones gubernativas. Al final, se gobierna a los pueblos desde tales convicciones, que tantas veces nuestros representantes se guardan en el bolsillo interior de su chaqueta pública, y solamente sus acciones concretas permiten desvelar. ¿Por qué no conocerlas de antemano y así evitar sorpresas que ponen en jaque nuestro apoyo electoral? ¿Cómo consideran la realidad familiar, más allá o más adentro de sus ideologías? No se trata de que nos cuenten formas íntimas de vivir, pero sí de que conozcamos las reglas morales que determinarán su acción en cuestiones tan relevantes.

Pero de todo esto no suele hablarse en período electoral. Parecen importar realidades más acuciantes, pero resulta que todo tipo de realidades siempre acaban por remitirse a estas concepciones originarias del dinero, de la familia, de la vejez, y no menos, de la conciencia de la propia limitación sin perder el entusiasmo utópico. Un gran político, él o ella, lo son en la medida en que tienen principios morales desde los que contemplan la historia que sucede de manera inevitable. Y de esta manera trabajan para la construcción de una sociedad «moralmente madura», más allá de improvisaciones llamadas al fracaso. Teniendo presente que por «moralidad» entendemos una concepción de la vida y de su historia regida por principios sustanciales y no meramente por soluciones coyunturales, abandonando el relativismo como conducta modélica. Recuerdo a Adenauer, a Obama, incluso a González y Felix Pons, que se equivocaron en muchas ocasiones, pero que tenían una concepción de la vida y de su historia que moralizaba sus decisiones. Es una pena que hayamos olvidado cuestiones como estas, arrastrados por el vendaval de lo imprevisto.

Y si quieren introducirse en el significado último de los «valores morales», les sugiero El coraje de existir o El valor de ser, del siempre necesario Paul Tillich. En su momento, fue iluminador.

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