Freno a la transición ecológica

Antonio Papell

Antonio Papell

El 11 de diciembre de 2019, la Comisión Europea presentaba la opinión pública del Pacto Verde europeo, que desarrolla los acuerdos climáticos, recoge medidas contra la contaminación, políticas sociales y acciones contra el cambio climático, leyes de sostenibilidad, reducción de las emisiones de gas, eficiencia energética, economía circular y economía verde. Apenas unas semanas después estallaba la alarma global frente a la covid-19, una catástrofe sanitaria que provocaría la parálisis económica del planeta y generaría una seria crisis social que, como es lógico, ponía en entredicho todos los proyectos europeos anteriores.

La conmoción suscitada por la pandemia ha llevado a muchos actores que intervienen en el medio ambiente a reclamar una ralentización de las medidas más rigurosas que se habían concertado con respecto al cambio climático. Se produjeron presiones evidentes que defendían intereses más o menos legítimos y que consiguieron, entre otros logros, que el gas natural y la energía atómica fueron consideradas energías verdes de transición; asimismo, Alemania logró que los motores de combustión interna de los automóviles puedan utilizarse más allá de 2035 si utilizan combustible sintético… más recientemente, ha sido el sector agrario el que ha comenzado a realizar una campaña para conseguir un impasse en la aplicación de la nueva legislación verde que aprieta al campo. A instancias de Países Bajos, Polonia, Hungría y otros países, el Partido Popular Europeo ha pedido una moratoria de dos años en todas las propuestas restrictivas sobre pesticidas y restauración de espacios naturales. En este último caso, el partido de Von der Leyen no tendrá más remedio que plantar cara a la extrema derecha de su propio espacio ideológico, comandada por el comisario alemán Manfred Weber. Y no hay tiempo para vacilaciones porque las elecciones europeas del 6 al 9 de junio de 2024 están a la vuelta de la esquina.

Las fichas de este tablero se han desordenado cuando Macron, inesperadamente, se ha sumado a los remisos y ha pedido también claramente «una pausa regulatoria» en la construcción de la Europa verde. El presidente francés, muy tocado por la reforma de las pensiones, no quiere abrir más frentes de guerra con la clase trabajadora de su país. «Ahora es el momento de ejecutar, no hay que cambiar más reglas porque de lo contrario vamos a perder a mucha gente por el camino», manifestó Macron en una reciente reunión con empresarios.

Todo esto parece razonable en principio, pero el comportamiento de la meteorología en los últimos años está enterrando la idea de que solo tenemos un problema a largo plazo y de que por lo tanto podemos actuar sin prisas. Los expertos afirman que ya hemos superado las cifras de calentamiento global que nos habíamos puesto como límite infranqueable en 2050. Y las sequías e inundaciones de esta primavera son un toque de alerta que cuando menos habría que considerar.

Igualmente, quizás fuera oportuno reconsiderar desde el principio e íntegramente la estrategia encaminada a combatir el cambio climático porque ya se ve que es una pérdida de tiempo sentarse a esperar que los países pobres, en vías de desarrollo, estén dispuestos a hacer inmensos sacrificios que todavía retrasarán más su viaje hacia un porvenir mejor que ya han conseguido los países que llegaron a él los primeros. El esfuerzo de la Unión Europea en pro de la descarbonización y de la reducción del contenido en anhídrido carbónico de la atmósfera, que al parecer ha llegado ya a ser el mayor de toda la historia de la humanidad, servirá de bien poco si sus iniciativas no son acompañadas por el resto del planeta.

El caso es insólito porque en anteriores cambios climáticos —la Pequeña Edad de Hielo que abarcó desde comienzos del siglo XIV hasta mediados del XIX y que en su apogeo hizo que nevara todos los inviernos en Sevilla-, se comportó a velocidades muy inferiores a las del cambio actual. Quiere decirse que, si no actuamos, es posible que nos acerquemos rápidamente a situaciones de emergencia y quién sabe si a la propia extinción. Es, pues, todo el orbe el que debe movilizarse porque los esfuerzos parciales no detendrán el proceso.

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