Tribuna

Comunicar cordialmente

Sebastià Taltavull Anglada

Sebastià Taltavull Anglada

Hablar con el corazón «en la verdad y en el amor». Con estas palabras como lema para la 57 Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales, el papa Francisco abre una reflexión que puede iluminar nuestras mentes y guiar nuestros pasos como comunicadores y profesionales de la información. Por ello, habla de «comunicar cordialmente» poniendo en el centro de toda relación humana el amor y la verdad como elementos indispensables. Tomando unas palabras de Jesús en el Evangelio, ya que cada árbol se reconoce por su fruto, advierte que «el hombre bueno, del buen tesoro de su corazón saca lo que es bueno; y el hombre malo, de su mal tesoro saca lo que es malo; porque de la abundancia del corazón habla su boca» (Lc 6,44-45). Por eso -dice- «para poder comunicar en la verdad y en el amor es necesario purificar el corazón. Sólo hablando y escuchando con un corazón puro podemos ver más allá de las apariencias y superar los ruidos confusos que, también en el campo de la información, no nos ayudan a discernir en la complejidad del mundo en que vivimos. La llamada a hablar con el corazón interpela radicalmente nuestro tiempo tan propenso a la indiferencia, a veces sobre la base de la desinformación, que falsifica e instrumentaliza la verdad».

En este sentido, los obispos que formamos la Comisión Episcopal para las Comunicaciones Sociales nos hemos fijado en estas tres palabras del mensaje del papa Francisco: corazón, verdad y amor. Constatamos que vivimos tiempos de desvinculación, de individualismos, de soledad, de construir muros para estar sólo con los míos o, peor todavía, solos con nosotros mismos. La polarización, los extremos, las redes sociales, a veces están haciendo de la comunicación, del encuentro y del intercambio una dificultad, cuando deberían ser su primer objetivo. La buena comunicación se realiza cuando genera vínculos con el otro, con la realidad, con la verdad, ya que sólo la comunicación de la verdad permite avanzar en sociedad. Por ello, la comunicación con el corazón no es comunicación para la pasión que divide, sino para la pasión que une, que vincula, para la compasión.

Cuando el papa Francisco en su Mensaje habla de «comunicar cordialmente», quiere decir que quien nos lee o nos escucha capta nuestra participación en las alegrías y en los miedos, en las esperanzas y en los sufrimientos de las mujeres y los hombres de nuestro tiempo. Quien habla así, quiere bien al otro, porque se preocupa de él y custodia su libertad sin violarla. Con la misma claridad, hace una llamada a la responsabilidad de todos, ya que todos estamos llamados a buscar y decir la verdad, y hacerlo con caridad. A los cristianos, en especial, se nos exhorta continuamente a guardar la lengua del mal (Sal 34,14), ya que con la lengua podemos bendecir al Señor y maldecir a los hombres creados a imagen de Dios (cf. St 3,9). De nuestra boca no deberían salir palabras malas, sino más bien palabras buenas «que resulten edificantes cuando sea necesario y hagan bien a aquellos que las escuchan» (E 4,29).

Como resultado y siguiendo el hilo de la misma reflexión, se hace eco del libro de los Proverbios que dice que «una lengua suave quiebra hasta un hueso» (25,15) y prosigue afirmando que «hablar con el corazón es hoy muy necesario para promover una cultura de paz allí donde hay guerra, para abrir senderos que permitan el diálogo y la reconciliación allí donde el odio y la enemistad causan estragos. En el dramático contexto del conflicto global que estamos viviendo, es urgente afirmar una comunicación no hostil. Es necesario vencer la costumbre de desacreditar rápidamente al adversario aplicándole epítetos humillantes, en lugar de enfrentar un diálogo abierto y respetuoso. Necesitamos comunicadores dispuestos a dialogar, comprometidos a favorecer un desarme integral y que se esfuercen por desmantelar la psicosis bélica que anida en nuestros corazones». San Juan XXIII decía que «la paz verdadera únicamente puede apoyarse en la confianza recíproca; una confianza que necesita comunicadores no ensimismados, sino audaces y creativos, dispuestos a arriesgarse para hallar un terreno común donde encontrarse… Vivimos una hora oscura en la que la humanidad teme una escalada bélica que se ha de frenar cuanto antes, también a nivel comunicativo. Uno se queda horrorizado al escuchar con qué facilidad se pronuncian palabras que claman por la destrucción de pueblos y territorios… Se debe promover, en cambio, en todos los niveles, una comunicación que ayude a crear las condiciones para resolver las controversias entre los pueblos».

Siguiendo el pensamiento del papa Francisco en este Mensaje para las Comunicaciones Sociales, sólo añadir sus palabras finales cuando dice que «sabemos que es precisamente la conversión del corazón la que decide el destino de la paz, ya que el virus de la guerra procede del interior del corazón humano. Del corazón brotan las palabras capaces de disipar las sombras de un mundo cerrado y dividido, para edificar una civilización mejor que la que hemos recibido. Es un esfuerzo que se nos pide a cada uno de nosotros, pero que apela especialmente al sentido de responsabilidad de los operadores de la comunicación, a fin de que desarrollen su profesión como misión».

Un último elemento que quiero poner de relieve como respuesta posible a la crispación y al desprecio. Se trata de recuperar el valor de la amabilidad en las relaciones humanas. En la encíclica Fratelli tutti sobre la amistad social y la fraternidad, Francisco dice que «es una manera de tratar a otros que se manifiesta como un cuidado para no herir con las palabras o gestos, como un intento de aliviar el peso de lo demás. Implica decir palabras de aliento que reconfortan, fortalecen, consuelan, estimulan, en lugar de palabras que humillan, entristecen, irritan o desprecian» (n.223). Todo ello puede ayudarnos a todos a una comunicación cordial que, a todos los niveles, dignifique la relación humana.