El poder y la verdad tienen una relación tempestuosa en democracia. Por una parte, les exigimos a los que nos gobiernan que sean en todo momento veraces; lo hacemos, a veces, los ciudadanos; y, a veces, también los medios de comunicación. ¿Por qué a veces no lo hacen los ciudadanos? Porque priorizan la ideología. ¿Por qué a veces no lo hacen los medios? Porque el periodismo agoniza en todo el mundo y depende para sobrevivir, más que nunca, del auxilio del poder. El poder es el relato, no hay poder sin relato. La verdad son los hechos. El problema, antes, surgía cuando alguien impugnaba el relato, cuando alguien se atrevía a decir que el emperador estaba desnudo. Ahora no pasa lo mismo porque el nuestro es el tiempo líquido de la posverdad, el tiempo en el que lo que se impone no son los hechos sino el relato sobre los mismos. A quienes objetan el relato se les descalifica porque ponen en peligro al poder. La descalificación siempre toma el nombre de lo que está consolidado como el mal por el relato de la historia. Si ha existido un mal perfectamente identificable en la pasada centuria es el totalitarismo, el fascista y el comunista. La descalificación del objetor, del que, frente al relato, presente hechos, será la de fascista si el poder lo ejerce la izquierda, será la de comunista si el poder lo ejerce la derecha. Cuando el relato de la historia no está construido por los historiadores sino desde el poder, como es el caso de la ley de la Memoria Histórica de Zapatero (que no derogó Rajoy), y de la Memoria Democrática de Sánchez, apoyada por EH Bildu, su consecuencia será que tendrá el marchamo de la virtud la alianza del PSOE con el comunismo de Unidas Podemos y el nacionalismo golpista y separatista de ERC y EH Bildu; y el de la maldad la hipotética alianza del PP con el nacionalismo español de Vox. Es el triunfo del relato del poder.
Hace dos semanas se entrevistaba a Luis María Ansón por el segundo canal de TVE. Ansón, un viejo monárquico de centro derecha, director de ABC en los ochenta, que tuvo que exiliarse durante el franquismo a raíz de un artículo suyo en la tercera de ABC titulado La monarquía de todos respondía a todo un cuestionario sobre la actualidad política. Hacía una valoración muy constructiva de todos los presidentes de Gobierno de la democracia, resaltando sus virtudes y absteniéndose de señalar sus defectos: Suárez, enorme carisma público; Calvo Sotelo, cultura asombrosa; Felipe González, atractivo arrollador; Aznar, solidez; Zapatero, gran encajador; Rajoy, inteligente; a Sánchez le valora más que quienes le rodean. Esa última, más bien críptica. Sus elogios: a Juan Carlos I, un rey demócrata; a Felipe VI, un rey prudente. Para mi gusto se fue por los cerros de Úbeda cuando se le preguntó por el mayor problema de España. Sin dudarlo, respondió que la mediocridad de la clase política, como si fuera una maldición caída del cielo ante la que nada puede hacerse sino lamerse las heridas, como si ello no tuviera que ver con el sistema político construido sobre la Constitución y el sistema electoral. Se percibe en Ansón el temor reverencial de la derecha conservadora a que el cuestionamiento de la Constitución pudiera implicar el cuestionamiento de la monarquía. Su probada militancia democrática no llega hasta el extremo de aceptar que la definitiva aceptación de la monarquía como forma de Estado pueda pasar por un referéndum democrático. Entre el poder y el hecho reconocido de la mediocridad de la clase política, apuesta por el poder.
La peripecia fáctica del debate electoral de IB3 ilustra la tensión entre el poder y la verdad. Tras un acuerdo unánime de todos los partidos para repartir los tiempos por sorteo, el PSIB-PSOE de Armengol renegó del mismo al sentirse perjudicado por el resultado del sorteo, argumentando que no se respetaba la voluntad popular, como si existiera algún pronunciamiento público sobre el orden de intervención en los debates electorales. Sobre la cuestión se pronunció públicamente en Diario de Mallorca el mismísimo vicepresidente del Govern, Iago Negueruela, que, faltando a la verdad, dijo que la reunión celebrada con el resto de partidos en la que se acordó el sorteo no era para ese cometido; y que era IB3 la que hacía siempre una propuesta del formato de las intervenciones. Se dijo haber enviado una reclamación a IB3, de la que no hay constancia, a consecuencia de la cual se habría formulado una propuesta a gusto del PSIB. El recurso del resto de partidos ante la Junta Electoral Provincial determinó la anulación de la propuesta del director de IB3 y la ratificación de los resultados del sorteo decidido por unanimidad. La artera maniobra del PSIB ha causado un desgaste reputacional, no sólo a Negueruela, dejándole como un mentiroso, también a la jefa del Govern y candidata a la presidencia, Francina Armengol, rebosante de sectarismo. Pero no sólo a ellos, también al prestigio de IB3 como organismo público; y a Andreu Manresa, su director, un excelente profesional del periodismo, uno de los mejores, respetado desde todos los ámbitos, que debe ser consciente de que deberá sobrellevar el estigma de haber subordinado la imparcialidad del organismo público a las presiones del poder político. Un desastre sin paliativos.
El espectáculo del desfile de los ministros de Sánchez el pasado lunes huyendo de las preguntas de los periodistas sobre las listas de EH Bildu, de los herederos de ETA, incluyendo cuarenta y cuatro condenados por terrorismo, de los cuales siete eran asesinos, dos ellos en el mismo pueblo que sus asesinados, fue vergonzoso; todos a una como Fuenteovejuna, menos uno, el más bruto, López. En pleno desconcierto no se había confeccionado todavía el relato. Pero lo fue aún más el del día siguiente, cuando desde Moncloa, con todas las alarmas sonando por las consecuencias electorales, se les había espoleado a difundir el relato ya listo de la no decencia, se apresuraban a hacerse los encontradizos con los periodistas para transmitirles su absoluta desolación por la indecencia de sus aliados parlamentarios, de los que habían incorporado a la dirección del Estado. ¡Qué vergüenza de ministros! Lo demás, la indecencia de Sánchez, llamando no decentes a sus aliados, a quienes le mantienen en la poltrona. La solución, en boca de periodistas reputados: no votar a Bildu. Como si votar a Sánchez a través de sus barones (aquí no se presenta Bildu) o directamente en diciembre, no significara seguir colocando a Bildu en la dirección del Estado.