LAS CUENTAS DE LA VIDA

Votos decisivos

Ignoro si las próximas elecciones se decidirán en el voto de los jóvenes y de los pensionistas, pero el gobierno así lo cree

Ilustración: Votos decisivos

Ilustración: Votos decisivos / Ingimage

Daniel Capó

Daniel Capó

Parece que sólo hubiera dos grandes bolsas de voto: una, la principal, supera los sesenta y cinco años de edad y viene definida por los jubilados; la otra no llega a los treinta y la integran los jóvenes. Los primeros votan, por costumbre, masivamente; los segundos votan poco y, excluyendo a los más convencidos, muy a regañadientes. Los pensionistas son, por supuesto –y con todos los matices que se quiera– el segmento de la población más favorecido desde la llegada de la democracia. Con los jóvenes sucede, en cambio, lo contrario; nadie ha contado con ellos y su olvido tiene una causa: la escasa movilización de su voto, unida a una fidelidad cambiante.

Que Pedro Sánchezesté centrando su campaña electoral en estos dos grupos de voto y a golpe de talonario público nos habla bien a las claras de la demoscopia actual. En una sociedad fracturada y con un parlamento atomizado desde que el bipartidismo saltó por los aires, el triunfo se juega en los márgenes del voto. Y eso es como admitir que el PSOE da por perdida la franja central de edad que, según las encuestas apunta mayoritariamente hacia la derecha. Esas mismas encuestas también señalan que los nuevos votantes prefieren, en su mayoría, opciones conservadoras; pero, en este caso, se trata de un elector poco fiel y con una alta tendencia a la abstención. La clave se encontraría ahí: las promesas de Pedro Sánchez van encaminadas sobre todo a activar el voto de izquierdas entre los abstencionistas. ¿Lo conseguirá a base de viajes Interrail? Para algunos, la modernidad era esto. O subvencionar las entradas de cine.

Me pregunto cuál será el modelo europeo que ha decidido seguir Sánchez en el diseño de sus políticas. Si es que tiene alguno, claro está. Porque la socialdemocracia (la europea, la que se materializó en el norte y que, junto con la Democracia Cristiana, construyó el Estado del Bienestar) no puede consistir en esta parodia que son los bonos, las ayudas y las subvenciones a tutiplén. Mientras que, en los países escandinavos, los gobiernos optaron hace tiempo por la austeridad presupuestaria, aquí el crecimiento se sostiene con los esteroides del gasto público. Mientras que la socialdemocracia europea equilibra la libertad empresarial con sólidas políticas públicas, aquí dinamitamos la educación con una ley desquiciada –la LOMLOE– y nuestro sistema de redistribución fiscal es manifiestamente mejorable. Si hablamos de datos, la economía española lleva dos décadas estancada. Si hablamos de percepciones, nuestra Administración funciona cada vez con menos eficacia. De la Sanidad a la Seguridad Social, del mantenimiento de infraestructuras a la operatividad militar del ejército, el deterioro se va haciendo más y más evidente. La deuda, sin embargo, no para de crecer. Y a nadie parece importarle demasiado.

Ignoro si las próximas elecciones se decidirán o no en el voto de los jóvenes y de los pensionistas, pero sí es seguro que el gobierno así lo cree. Los nuevos olvidados se mueven entre los 30 y los 67 años: las clases medias en apuros, los trabajadores que ven sus salarios mermados por la inflación... La política convertida en electoralismo tiene estas cosas. Pero me temo que, en unos años, de los recortes no nos va a salvar nadie.

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