Presidente de la Diputación de Orense

Limón & vinagre | José Manuel Baltar: Príncipe de sangre

El presidente de la Diputación de Orense, José Manuel Baltar, el pasado 4 de mayo.

El presidente de la Diputación de Orense, José Manuel Baltar, el pasado 4 de mayo. / Agostime / E.P.

Alfonso González Jerez

Alfonso González Jerez

Se supone que los Baltar representan una anomalía. Así los explican incluso desde el mismo Partido Popular de Galicia, pero esa distancia rezuma falsedad. Porque sin el férreo control político y electoral de la provincia orensana, las repetidas mayorías absolutas de Manuel Fraga Iribarne y Alberto Núñez Feijóo habrían sido imposibles. Puede que Orense sea un anacronismo político, el último vestigio de un modelo caciquil que en los años ochenta y noventa del pasado siglo y en la primera década del presente hegemonizó el mundo rural gallego. Pero también los porrones son un anacronismo tecnológico y el país está lleno de porrones.

El caciquismo gallego es una evidencia secular que solo ha retrocedido por obsolescencia, es decir, cuando como instrumento de control social y, por ende, político-electoral, ha perdido su utilidad. Durante décadas para el Partido Popular de Galicia el caciquismo era una forma de respirar y Fraga Iribarne consiguió el equilibrio -no exento de ocasionales rifirrafes- entre birretes y boinas, es decir, entre empresarios y clases medias y medias altas de origen urbano y comerciantes, modestos propietarios agrícolas y funcionarios radicados en el mundo rural. 

Todas las fuerzas políticas del antiguo reino, absolutamente todas, se adaptaron a métodos caciquiles, salvo las mareas, confluencias de partidos, fuerzas y grupos profesionales que pusieron en jaque, por primera vez, el control por el PP de las ciudades del interior del país. Años antes, cuando el voto exterior llevó a Manuel Fraga a perder las elecciones autonómicas y gobernaron el PSOE y el Bloque Nacionalista Galego bajo la anodina presidencia de Emilio Pérez Touriño, no cambió absolutamente nada. Ni siquiera revirtieron la reforma reglamentaria en el Parlamento que acogotaba a la oposición y llevó a Xosé Manuel Beiras a golpear su escaño con el zapato en 1993. Nada de nada. Tal vez por eso perdieron las elecciones. 

Lo que ocurrió con Núñez Feijóo en la presidencia es una relativa modernización del aparato político del PP, un galleguismo activo pero más atemperado, una forma de narcotizar al votante a través de las subvenciones y arrinconar los brotes de cambio, siempre peligrosos. Núñez Feijóo consiguió que el PP representara todo: el cambio y la continuidad, modernidad y tradición, conservadurismo y moderación. Las estructuras de los viejos caciques, José Cuiña o Francisco Cacharro, quedaron subsumidas funcionalmente en la burocracia del PP, inserta en la médula misma de la administración autonómica. En todos sitios, menos en Orense.

En Orense sobrevivió José Baltar, que ni siquiera bajó la cerviz frente a Fraga. Al contrario: lo presionó y chantajeó varias veces. En una ocasión, incluso, era 1994, amenazó al patrón con fundar un partido centrista, heredero de Centristas de Galicia, de donde procedía, destruyendo la hegemonía PP. Fraga cedió. 

Baltar gobernó Orense como el príncipe elector del Sacro Imperio Romano gobernaba el Palatinado. Las denuncias políticas y judiciales solo sirvieron para reforzar su fama de invulnerabilidad. Cuando decidió retirarse, en enero de 2012, ya con los setenta años cumplidos, anunció prácticamente su sucesor: su hijo José Manuel Baltar, como presidente del PP de Orense y de la Diputación Provincial. Lo había preparado cuidadosamente: licenciado en Derecho, máster, miembro del comité ejecutivo provincial desde el año 2000, coordinador de varias campañas electorales. 

El vástago era una versión pulida y menos áspera, pero como todo príncipe de sangre, vive instalado en la arrogancia. Por eso ahora, cuando le han pillado conduciendo a más de 200 kilómetros por hora en el coche oficial, se niega aceptar un acuerdo con el fiscal para saldarlo todo con una multa de 1.800 euros. Prefiere ir a juicio, por supuesto, después de las elecciones locales del día 28. Algunos le han advertido que podría ser incluso inhabilitado. El presidente sonríe. Estos flojos no saben lo que es un Baltar.

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