Director del centro de coordinación de alertas y emergencias sanitarias

Limón & vinagre | Fernando Simón: El protagonista de aquellos días

Fernando Simón hace unos días en las jornadas que organiza UGT en Cantabria sobre las enfermedades en el trabajo.

Fernando Simón hace unos días en las jornadas que organiza UGT en Cantabria sobre las enfermedades en el trabajo. / Pedro Puente Hoyos / EFE

Emma Riverola

Emma Riverola

Fin. En una película sería el momento de los títulos de crédito. Ahí, entre una retahíla de nombres, destacaría el suyo: Fernando Simón, protagonista de buena parte del la película. La actuación era complicada. Y extenuante. Para algunos, el papel le iba grande. Pero cuando el guion se escribe sobre la marcha y el escenario se desmorona, es difícil encontrar al actor capaz de estar a la altura del pánico desatado. 

Pero antes de que su rostro se asomara a diario en nuestras pantallas, Simón (Zaragoza, 1963) tuvo una vida que le llevó a un lado y a otro del planeta. Completó sus estudios de Epidemiología en Londres y París. Después de unos años de ejercer la medicina en pueblos de Huesca, puso rumbo al mundo. De Burundi, Somalia, Tanzania, Togo y Mozambique a Guatemala y Ecuador. Destinos que le colocaron, a menudo, en situaciones críticas. Le recuerdan cercano, paciente y resolutivo. Sin ropajes de héroe, pero siempre arremangado. Su mujer, periodista e investigadora, fue realizando su carrera en paralelo. Hasta 2003 no se asentaron en España, ya con tres hijos.   

La ministra Ana Mato (PP) le ofreció en 2004 el cargo que aún ocupa. El rostro de Simón empezó a asomar en los informativos por su gestión ante el contagio de ébola de una enfermera de Madrid en 2014. Cuatro años más tarde, regresó puntualmente por el brote de listeriosis a consecuencia de productos alimentarios contaminados. Hasta 2020, el año en que creímos que nuestro mundo se derrumbaba para siempre. Entonces, se convirtió en el nombre de nuestros días, junto al de Salvador Illa. Ambos supieron crear una melodía que consiguió aportar ciertas dosis de tranquilidad en un momento donde lo más fácil era entrar en pánico. 

Serenidad, profesionalidad, espontaneidad y humanidad fueron los pilares sobre los que Simón asentó sus intervenciones diarias durante los primeros meses de la pandemia. ¿Cometió errores en la dirección de la emergencia? Sí. Básicamente, minimizar lo que se nos venía encima. Él siempre ha afirmado que sus predicciones se fundamentaron en los datos de los que disponía. Todo se desató cuando la transmisión comunitaria llegó a Italia. Entonces, expuso al Consejo de Ministros la conveniencia de confinar el país. Y Pedro Sánchez asintió. 

Día tras día, el país atendió las explicaciones sencillas y serenas de ese hombre de ojos claros y cabello alborotado. Día tras día, también fue observando como las ojeras se hacían más profundas y el peinado se tornaba más indomable. Su rostro exhausto era el reflejo del cansancio de todos. Su persistencia en seguir siendo amable, en no caer en el derrotismo, aunque no escatimara explicaciones de la dureza de la situación, inspiró confianza en muchos. Aunque le llovían chuzos de punta. 

Negacionistas, adversarios políticos y apóstoles de todos los colores focalizaron en Simón sus críticas. Mientras para algunos era algo parecido a un héroe, para otros encarnaba el villano a derrotar. Desde Cataluña, el infectólogo Oriol Mitjà descolló como una de las voces más inclementes. Cuando aún no hacía una semana que se había declarado el confinamiento en España (y otros países europeos procedían a imitarlo), en pleno shock ciudadano, el asesor de Quim Torra creyó buena idea reclamar la dimisión de Simón y de todo el comité de seguridad que dirigía la estrategia nacional contra el coronavirus. Muy tranquilizador…

A Simón se le exigió algo parecido a lo de la mujer del César (no solo debe serlo, sino también parecerlo). Como si el hombre que hablaba de muerte no pudiera hacer otra cosa que cubrirse de ceniza. Se tachó de frivolidad cualquier acto que escapara a su misión frente al virus. Superado el confinamiento, no se le perdonaron unos días de vacaciones mientras el virus volvía a desatarse en Madrid, tampoco un reportaje en el que posó con su cazadora motera o la aparición televisiva en Planeta Calleja. 

La OMS ha decretado el fin de la emergencia internacional por el covid. El virus no ha desaparecido, sigue cobrándose vidas y sumando sufrimiento, pero la situación ha mejorado notabilísimamente. El hombre de cuerpo enjuto, voz ronca, vestuario desaliñado, camisas sin planchar y cabello despeinado ya no aparece en nuestras pantallas, pero sigue en su puesto. Mientras aparecen los títulos de crédito, vemos alejarse la figura de Simón en su moto. Y cruzamos los dedos. Que sea el final de la película. No necesitamos segunda temporada.

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