Golfista

Limón & vinagre | Jon Rahm: El niño que nació con el pie zambo

Jon Rahm sostiene el trofeo que le acredita como ganador del Masters de Augusta 2023, el pasado mes.

Jon Rahm sostiene el trofeo que le acredita como ganador del Masters de Augusta 2023, el pasado mes. / EFE / JOHN G MABANGLO

Josep Maria Fonalleras

Josep Maria Fonalleras

El golf es una práctica deportiva sencilla. Se trata de colocar una bolita blanca de uretano en un hoyo relativamente mayor que el diámetro de la bola, situado, el hoyo, en un espacio de césped que recibe el nombre de green. Y se trata de hacerlo con un mínimo de golpes, en una cantidad inferior, eso sí, a los que ha empleado el contrincante en su periplo. Es decir, se trata de meter una bola en un agujero. Como todas las cosas sencillas (como creer en Dios) necesita de una liturgia adecuada para que no parezca todo tan sencillo.

El golf (ese deporte en el que puedes llegar a ser número 1 del mundo a pesar de tener una incipiente barriga cervecera) es el rey de la liturgia. Cuando vi el triunfo histórico del vasco Jon Rahm en el Masters de Augusta pensé en una ceremonia similar, la que se lleva a cabo en el monasterio de Pantokratoros, en el Monte Athos de Grecia, máxima expresión de la espiritualidad ortodoxa, cuando se ordena a un acólito como monje. Elevan al cielo una maqueta plateada del monasterio y le colocan una casulla blanca como símbolo de la ascesis monacal. En Augusta hacen lo mismo. Rahm levantó la maqueta de la casa solariega del golf (de estilo colonial georgiano del sur profundo) y le endosaron también la tradicional chaqueta verde, casi un hábito religioso.

Para terminar de completar la escena, Rahm puso los ojos en blanco, miró hacia el cielo y dedicó la victoria a Seve Ballesteros, la divinidad que, a su juicio, intercedió de forma decisiva para que pudiera entrar en el reino de los escogidos, justo el día en que el dios Seve habría cumplido 66 años. La mitología es intrínseca al golf y tú no puedes ser una figura si no tienes detrás un relato. A lo largo de los años ha habido de todo y son especialmente reconocidas y festejadas las epopeyas de personajes con orígenes humildes, que empezaron como los chicos que llevan los palos con una bolsa en la espalda (los caddies) y terminaron como estrellas. No es el caso de Jon Rahm, hijo de un empresario de Barrika, cerca de Bilbao, descendiente de ebanistas suizos que en el siglo XIX se instalaron en el País Vasco, y nieto de quien fue delegado del Athletic Club durante más de 30 años.

Un día, el padre vio jugar a Seve Ballesteros y se convirtió a la religión golfista. «Sin aquella Ryder Cup de 1997, a saber dónde estaríamos», ha dicho Rahm. La superación personal (uno de los mandamientos de la iglesia de los hoyos) de este chico nos llega por otro lado. Solo habían pasado 20 minutos desde el nacimiento que ya entraba en un quirófano. Había nacido con una deformidad en el pie derecho, unos 90 grados girado hacia adentro, que le tuvo enyesado durante los primeros meses. Ahora tiene la pierna derecha un centímetro y medio más corta que la izquierda. «No puedo hacer un swing completo», ha dicho. Y por eso mismo tuvo que adaptar su juego a la carencia física. Y por eso mismo, tiene un juego peculiar, único.

La mitología de la superación personal tiene varios episodios más. Cuando fue a parar al equipo de los Arizona State Sun Devils (ASU), la universidad más prestigiosa del mundo en cuanto al golf, estuvo a punto de fracasar porque apenas sabía inglés. Pero lo aprendió a base de escuchar raperos a toda pastilla. Así continuó la carrera meteórica y también le sirvió, el inglés, para ligar con su mujer en una fiesta de disfraces. Él iba de policía y ella, de árbitro de fútbol americano, toda una heroicidad romántica.

El domingo que ganó el Masters puso en práctica un apotegma que preside su vida: el dominio mental. «Todo lo de fuera no existe». Solo cuentan golpes y hoyos. En una de las películas que más aprecia (En busca del swing perfecto, de Robert Redford), un personaje filosófico afirma: «Tienes que ser un todo con el campo. Tienes que ser parte de ese instante y ese lugar, sentir cómo respira contigo. Tienes que experimentar que las mareas y las estaciones, la rotación de la Tierra, se vuelven un todo con tu alma y tus manos, con todo lo que fuiste y todo lo que serás». Rahm seguro que lo tiene escrito en un diario que, el día que se publique, será un exitazo editorial. También dice que con lo que ha ganado con el golf (que es mucho) ya tendrían para vivir él y todos sus descendientes, pero que juega «por el legado y por la historia, no por el dinero». Y también habla de Joseba del Carmen, que fue su entrenador «mental». Un tipo que desactivaba bombas de ETA y que le ayudó a desactivar el mundo para concentrar toda la energía en el swing.

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