LAS CUENTAS DE LA VIDA

Guerra y paz

Con China a su lado, Moscú

difícilmente será derrotada

Ilustración: Guerra y paz.

Ilustración: Guerra y paz. / Ingimage

Daniel Capó

Daniel Capó

La historia nunca es unidireccional. La geopolítica tampoco. Pongamos por caso China: a Pekín le importa tanto la guerra de Ucrania como la paz. Al transcurrir lejos de sus fronteras, le permite aprovechar todas las ventajas de una proxy war. Por un lado, desgasta a Occidente y, sobre todo, a los Estados Unidos; por otro, aleja a Washington del eje central de intereses chinos, que es el Pacífico y, más a corto plazo, Taiwán. El rearme progresivo en los mares orientales nos habla de un resurgimiento del nacionalismo, que quizás pueda hacer inevitable la guerra en un futuro. De fondo, también hay diversos modelos políticos que se saben enfrentados y que van mucho más allá de la tradicional animadversión entre el capitalismo y el comunismo. Porque China, más que el comunismo, representa la tentación antiliberal de la tecnología y el poder unidos en una tecnocracia. Sin una efectiva defensa de los derechos individuales y de los equilibrios de poder y sin una auténtica participación en el voto, China se ha erigido en un paradigma político sin libertades, pero eficaz a la hora de mejorar los estándares de vida de la población. En consecuencia, no son pocos los países que, en el mundo en vías de desarrollo, la toman como ejemplo.

Xi Jinping cultiva muy en especial esta imagen de protector del Tercer Mundo. Por ello, junto a las ventajas de una guerra lejana, también le interesa presentarse como portavoz de una paz no alineada, de una paz —por así decirlo— no americana. Y, hasta ahora, está teniendo éxito. Para sorpresa de Occidente, Rusia no sólo no ha quedado aislada, sino que incluso ha encontrado aliados inesperados en el resto del mundo. El apoyo chino a Putin no se traduce por ahora en la venta de armamento —una línea roja para Biden—, sino en apoyo diplomático y apertura de mercados. En una época inflacionaria, Rusia proporciona al gigante asiático acceso a unas fuentes casi inagotables de energía barata (las mismas que ha perdido Alemania y que fueron la base de su competitividad industrial durante estas últimas décadas). De este modo, todo el orden internacional queda alterado. «Estamos viendo más cambios que en los últimos cien años», fueron las palabras de Xi Jinping en Moscú. Las dijo en público precisamente para que fueran escuchadas. Y para que tomáramos nota.

Sea como sea el desarrollo de la guerra de Ucrania —aún no sabemos si finalmente Kiev ordenará un contraataque ni cuál sería su resultado—, lo que resulta evidente es que a China no le interesa una derrota rusa y mucho menos el derrocamiento de Putin. Por otra parte, reforzar la alianza política, económica y militar entre Moscú y Pekín supone alterar por completo los equilibrios que han regido el mundo desde la caída del Muro. Washington pretende reforzar el papel de las democracias en Asia y en Oceanía —Japón, Corea del Sur, Australia…—, mientras intenta acercarse a la India. África en gran medida e Iberoamérica en su totalidad parecen, sin embargo, haber caído bajo el control de China. Es curioso comprobar cómo cuarenta años de crecimiento explosivo han permitido cambiar por entero el rostro del planeta. Lo que se creía imposible en Tiananmén se ha hecho ya realidad. El despertar del gigante asiático parece garantizar que Rusia no será derrotada de un modo definitivo.

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