tierra de nadie

Amén

Juan José Millás

Juan José Millás

Vino el fontanero a casa, arregló la cisterna del retrete, se fue, y a los diez minutos su empresa me solicitó por correo electrónico una valoración del servicio. Lo mismo me pasa desde hace tiempo con el electricista, el del banco, el del seguro… También en la habitación de los hoteles hay formularios para que expreses tu grado de bienestar. Supongo que cuando me muera me enviarán al infierno unas preguntas sobre la calidad del horno crematorio. Nos han convertido a los clientes en jefes de personal.

Ya basta.

Se supone que todo el mundo hace bien su trabajo. Si nos facilitan un teléfono de atención al cliente que de verdad funcione, ya protestaremos cuando lo hagan mal. No vuelvan a enviarme un mensaje bajo el epígrafe de «Nos interesa su opinión». Curiosamente, a mí no me interesa mi opinión. No digo que no opine de esto o de lo otro, pero no me interesa lo que digo. No me escucho ni cuando critico ni cuando apruebo. Puedo echar pestes de un servicio de reparto y estar a la vez en mis cosas, sean las que sean «mis cosas». Cada vez estoy más alejado de mí. No es que esté en desacuerdo conmigo, entiéndame, es que no estoy conmigo, aunque dé la impresión de que sí porque vivo en una especie de superposición cuántica donde las cosas son y no son al mismo tiempo (véase el Gato de Schrödinger).

Me disocio, en fin, porque el que no se disocia se pasa la vida rellenando formularios de satisfacción y autosatisfacción. En el aeropuerto, tras pasar el control de seguridad, te piden que aprietes un botón en el que hay dibujada una cara feliz u otro donde aparece un rostro desdichado. Pero tú estás en ponerte el cinturón, los zapatos, la chaqueta, el reloj, en no olvidar el móvil y en recuperar la tarjeta de embarque que llevabas en la boca y ahora no encuentras, quizá te la has tragado. Están ansiosos por saber lo que piensa el usuario, pero el usuario está vistiéndose delante de todos, sin la privacidad deseada.

Por cierto, que a las empresas también les preocupa nuestra privacidad. Eso ponen cuando abres una página web. Desde aquí se lo digo: a mí me importa un pito mi privacidad como me importa un pito mi opinión porque me tienen ustedes agotado. Y del agotamiento al nirvana no hay más que un paso. Amén.

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