Escrito sin red

Sobre orden y moralidad

Ramón Aguiló

Ramón Aguiló

Dice Robert Kaplan, en su último libro La mentalidad trágica, sobre nuestro tiempo: «Son tiempos de desmoronamiento de las jerarquías y debilitamiento de las instituciones: en la política, en el trabajo, en la religión, y en las relaciones sociales y sexuales. Las jerarquías pueden ser injustas y opresivas, desde luego. Pero su desmantelamiento conlleva también la responsabilidad de erigir otras nuevas y más justas, pues la cuestión del orden siempre es la fundamental. En muchas tragedias griegas, el argumento gira en torno a la destrucción del orden por culpa de algún acto concreto que desencadena la locura y el desorden…hasta que el orden se restablece al final. Si esta ha sido la pauta a lo largo de la historia humana, ¿por qué no iba a seguir siéndolo?» Su conjetura tiene visos de una muy sugerente aproximación a la realidad.

¿Acaso no se aproxima a un desmoronamiento la política en EE UU con la presencia disruptiva de Trump apoyada por una gran mayoría del partido republicano? ¿No lo fue el asalto al Capitolio? ¿El desastre de las intervenciones militares en Afganistán e Irak? ¿No lo son las crisis inmigratorias o la irrupción de la IA o la manipulación genética, las políticas de género orientadas a la identidad, la crisis de la religión institucional, las leyes trans, el acceso al porno de los menores por medio de la tecnología o las locuras de las bacantes gubernamentales? ¿No lo es en España la podemización de un PSOE aliado con el golpismo nacionalista y con los herederos del terrorismo etarra? Según la aproximación de Kaplan estaríamos en situación algo parecida a un desorden en el mundo iniciado con la ruptura del orden de la Guerra Fría y la doctrina de la destrucción mutua asegurada, a una apariencia de anarquía de la que su última muestra sería la invasión rusa de Ucrania. Recuerda a Algazel, el filósofo persa medieval: «un año de anarquía es peor que cien de tiranía». Si la conjetura de Kaplan de que vivimos tiempos de desorden fuera cierta, para la que no faltan argumentos, existiría la posibilidad de que el nivel de desorden no hubiera alcanzado aún el punto crítico que anunciara el regreso al orden y siguiéramos todavía inmersos en aquél por un tiempo indeterminado. Otra posibilidad es que ya hubiéramos iniciado el repliegue hacia un nuevo orden. Esperemos que en ese caso el nuevo orden no sea al que aspiran las fuerzas de extrema derecha en EE UU, Europa y que ya está representado en Rusia por el autócrata asesino Putin. Sería la muerte de la democracia liberal.

Otra de las ideas sugestivas de Kaplan es que no existe alternativa humanitaria al orden. Para apoyarla basta con recurrir a ejemplos históricos, como la Revolución francesa, que justificó la reacción tan denostada de Goethe: «Prefiero la injusticia al desorden», replicada con la afirmación de que «no existe mayor desorden que la injusticia», un solecismo feliz. En el siglo XX la verdad de la idea la ilustran los totalitarismos soviéticos y chinos y el de la Alemania hitleriana, con sus millones de asesinados y recluidos en campos de concentración y exterminio. Las alternativas al orden han sido siempre y en todo momento inhumanas. La historia trágica de la humanidad reside en que ésta nunca ha aceptado la irremediable injusticia del mundo, la necesidad de aceptar el mal menor para evitar el mal mayor, y la recurrente aspiración a la perfección de la utopía que ha conducido al totalitarismo y al sufrimiento. Es esa aceptación de la injusticia del mundo y de la imperfección de la naturaleza humana la que hace necesario el orden y la civilización; sin orden la civilización es imposible.

El principal motor de la política es la ambición. Sin ambición es imposible plantearse la mejoría del mundo, pero con sólo la ambición el camino al desastre es seguro. La ambición debe, para ser fructífera, insertarse en el futuro y en el criterio moral. Son necesarios tanto la buena percepción de la realidad y de las fuerzas que en ella se desarrollan como el cultivo de valores morales como la libertad y la igualdad. Una demostración de lo que significa la ambición como único motor de la acción política es Pedro Sánchez. Es la personificación de la mentira al servicio de la ambición de poder. Lo fueron todas sus promesas electorales vulneradas una por una, sobre sus alianzas electorales, sobre los indultos a los golpistas catalanes, sus decretos anticonstitucionales durante el estado de alarma; lo fue justificar la eliminación de la sedición y la reducción de la malversación con la equiparación con una inexistente realidad europea; lo es su reciente declaración de «nosotros no insultamos» cuando no han hecho otra cosa desde que Feijóo se valorara en los sondeos; lo ha sido cuando presume de ayuda a las clases medias cuando se ha negado a reducir el IVA de carne y pescado y a deflactar los tramos del IRPF y se ha disparado la recaudación por la inflación. Ahora, a las puertas de las elecciones de mayo, promete 50.000 viviendas en alquiler del Sareb, cuando, o están ocupadas por familias vulnerables, o son sólo proyectos, o están donde no existe demanda. Propone un control de alquileres como en tiempos de Franco, ignora la ocupación de viviendas. Su cinismo es inigualable cuando pide perdón por la ley del solo sí es sí anteponiendo el condicional «si es que hay que pedirlo», o cuando califica al PP como partido antisistema cuando le solventa la rectificación de la ley del solo sí es sí en contra de una parte de su propio Gobierno, EH Bildu y ERC, sus permanentes aliados parlamentarios. Su compromiso moral con el futuro de la nación se escenifica con los aumentos de las pensiones y la deuda que legará a las generaciones venideras. Todo con la única justificación de retener el poder. No otra ambición es la que atesora Feijóo: heredarlo. Echar a Sánchez no puede ser la única propuesta ante unas elecciones en las que no participa; ni lo puede ser en las generales de diciembre. Además de eso, ¿qué propone el candidato popular? ¿Qué propuesta de regeneración democrática? ¿Qué cambios constitucionales? ¿Cambiará la ley electoral? ¿Cómo restaurará la separación de poderes? ¿Cómo piensa estabilizar el marco autonómico? Nada de todo esto se sabe. Los bloques ideológicos están estabilizados, a la luz de las encuestas, y sólo un compromiso decidido por la regeneración puede asegurarle apoyos procedentes de la abstención que imposibiliten el encastillamiento de Sánchez y sus aliados en el poder.

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