LA SUERTE DE BESAR

Mallorquines, esos héroes

Los mallorquines nos preparamos para enfrentarnos a una temporada turística que se prevé histórica. Es el momento de encerrarnos en nuestras casas alejadas del barullo

Mercè Marrero Fuster

Mercè Marrero Fuster

Cuando se avecina un tornado y el país dispone de medios para alertar a la ciudadanía, los habitantes del lugar se preparan para los desperfectos. Desgraciadamente, en los últimos años, la imagen en los telediarios es recurrente. Personas que aseguran sus puertas y ventanas con tablones de madera, colegios que cierran para evitar riesgos, colas en el supermercado o avisos por cortes energéticos. Salvando las distancias, parece que los mallorquines también nos preparamos para afrontar y enfrentarnos a esta temporada turística histórica que está a la vuelta de la esquina.

Hace no demasiado, iba a una de mis playas preferidas en bicicleta. La dejaba atada a una barrera y caminaba veinte minutos rodeada de bichos, libélulas, mariposas y alguna que otra vaca. Si me tumbaba en la orilla, la arena era esponjosa. Tanto, que podía meter la mano y encontrar gusanos, que más tarde usaba para ir a pescar a las rocas. Esa playa está hoy de moda y todos quieren llegar a ella en coche. El ayuntamiento de la localidad ha habilitado un aparcamiento en un descampado donde una vez hubo almendros, pero esa opción no es suficiente. Hay tal cantidad de conductores ansiosos por poder contar que han estado en el paraíso, que estacionan en arcenes y colapsan la carretera. Sigue habiendo bichos y, también, latas y botellas de plástico, colillas y cajetillas de tabaco. Sobre la arena se han instalado unos elásticos para que los bañistas hagan malabares y siempre hay alguien que pone música electrónica. A pesar de las señales de peligro, algunos se tiran desde un acantilado y cada año muere alguien por saltarse la recomendación.

Ninguno de mis amigos va ya a ese lugar. No es para nosotros. Tampoco lo es la arena de la mayoría de playas, que ahora es territorio de hamacas y sombrillas. Ni el mar en el que disfrutábamos yendo en canoa y por el que ahora van motos de agua, yates y golondrinas con megáfonos. No son para nosotros las terrazas de los bares en lugares preciosos y en donde cobran un café con leche a 5€ y una botella de agua filtrada a precio de oro. No lo son las carreteras en donde desembarcan miles de coches de alquiler o los aparcamientos municipales en donde una hora cuesta casi 3€. El centro de Palma, el lugar más bonito de la ciudad, dejó de ser para los mallorquines hace tiempo y alquilar un piso digno a un precio asumible es tarea imposible. No son para nosotros ciertos mercados. Los tomates hinchados, las berenjenas brillantes y los pimientos hermosos son para quienes pueden pagarlos. Nosotros, a duras penas. No son para nosotros las aceras. Ahora toca sacar mesas y sillas. Cuantas más, mejor. Hay que exprimirlo todo.

El silencio y la calma ya no son nuestros. Los recursos naturales, tampoco. Vienen meses intensos. Históricos para unos y agobiantes para otros. Hay que ser héroes para aguantarlos. Nos preparamos psicológicamente para desapegarnos de la belleza y de las oportunidades para disfrutar que ofrece nuestra tierra. Y nos preparamos físicamente para quedarnos en nuestras casitas situadas en barrios asequibles y alejados del barullo, para ir a las piscinas municipales, ver la tele y leer. El tornado pasará, saldremos de nuestras cuevas y, en unos meses, volveremos a tomar las calles.

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