Tribuna

Historia de un expolio

Entrada al Palacio de Marivent.

Entrada al Palacio de Marivent. / EFE / Cati Cladera

Jesús J. Jurado

Jesús J. Jurado

En el año 1966 una conocida y adinerada familia establecida en esta isla hizo donación de un bello palacio y una gran colección de obras de arte al pueblo de Mallorca. Su idea fue la de devolver la hospitalidad y la amabilidad con la que se habían visto agasajados mediante la creación de un museo público de arte, situado en un lugar idílico y privilegiado. El museo fue creado y abierto a la ciudadanía a finales de los años sesenta, pero posteriormente, de manera arbitraria fue cerrado su acceso a la gente, y el uso y disfrute del lugar, y la contemplación de las obras de Goya, Picasso o Sorolla, fueron convertidos en patrimonio de unos pocos: la familia del futuro rey de España, Juan Carlos de Borbón. El palacio, llamado Marivent, ha sido objeto de un expolio y una usurpación que deben terminar con el restablecimiento del Museo Saridakis y la garantía de que ninguna familia privilegiada vuelva a robar su uso a la gente.

Este proceso de apropiación de una propiedad pública emblemática no es nuevo. De hecho es una actividad tradicional entre las élites sociales desde que el mundo es mundo, que suelen basar su fuente de riqueza en quitarle a los estratos humildes de la sociedad lo poco que tienen mediante los resortes del poder que ostentan, ya sea a través de violencia, de ley o de engaño. En Mallorca, sin ir más lejos, tenemos sobrados ejemplos de cómo la nobleza medieval se hacía con la propiedad de los terrenos comunales en muchos pueblos, presentando ante los jueces escrituras de propiedad falsificadas. Esta tradición de las clases pudientes fue entusiastamente incorporada por la jerarquía franquista tras la Guerra Civil, cuando desde la familia del dictador hasta el último falangista aprovecharon para hacerse con todo lo que pudieron a expensas del patrimonio de asesinados, represaliados o exiliados.

Y los Borbones no podían ser menos, claro. De hecho, ya en el s. XVIII, Talleyrand, primer ministro de Francia, exclamaba aquello de que «es costumbre real robar, pero los Borbones exageran». Como familia adicta al régimen franquista, y con Juan Carlos nombrado sucesor, la maquinaria de apropiaciones indebidas de la futura Casa Real se puso en marcha. Su padre político se había hecho con el Pazo de Meirás, y el Príncipe de España tenía en su punto de mira el palacio de Marivent, magníficamente situado cerca de Palma pero en un lugar discreto y tranquilo. Una inconveniencia irrelevante como el hecho de que allí hubiera un museo público no supuso ninguna complicación para una Diputación Provincial franquista que colaboró de buena gana para expropiar a la gente el uso de la propiedad y cedérselo al heredero de Franco.

Como en tantas otras cosas, la transición no trajo ningún cambio. Los ya reyes de España siguieron disfrutando de unas vacaciones pagadas por el pueblo, con vistas al mar y rodeados de obras de arte. Años más tarde, la familia de Saridakis pleiteó y ganó a la Comunidad Autónoma el juicio para recuperar las obras y los muebles, llevándose cuatro contenedores llenos de objetos que fueron de propiedad pública, pero por su mala gestión revirtieron en sus dueños originales. A día de hoy la propiedad continúa siendo pública, pero su uso no, excepto el de los jardines, otorgada su apertura hace pocos años, como si de una merced real se tratase.

Ya es hora de cambiar esta situación. 50 años de expolio de una propiedad pública por parte de una familia que lleva robando en este país desde el 1700, son suficientes. Es el momento de conseguir que la gente de esta comunidad recupere un espacio que es suyo, que actualmente no puede disfrutar porque hay unos okupas: los Borbones. Si quieren veranear en Mallorca, lo pueden hacer pagándoselo ellos mismos, y no a costa y perjuicio de la ciudadanía, a la que le han birlado un museo y un palacio por el morro. Marivent es del pueblo y para el pueblo.