Tribuna

La civilización del ocio

Pedro Antonio Mas Cladera

Pedro Antonio Mas Cladera

Me parece que para definir la actual forma de vida del mundo occidental la expresión más adecuada sería la de «civilización del ocio».

Según el diccionario de la RAE, el ocio se define como la cesación del trabajo, inacción o total omisión de la actividad o, también, el tiempo libre de una persona. Y, realmente, la sociedad actual basa su organización y estructura en conseguir ese desiderátum: que el mayor tiempo posible esté destinado al ocio y que éste ofrezca el mayor número posible de actividades a realizar, para solaz y disfrute de la población. Ya sea de forma intermitente o provisional (vacaciones, períodos de inactividad) o definitiva (jubilación mediante). Lo que la mayoría desea, así, es tener más tiempo para hacer lo que le apetezca, sea viajar, ir al cine, hacer deporte, leer, disfrutar de la naturaleza, o cualquier otra cosa que se nos ocurra.

En términos económicos -y más en un país como el nuestro, volcado en el sector turístico- resulta que la gran mayoría de las actividades económicas se destinan, de forma más o menos directa, a satisfacer necesidades de carácter vacacional, turístico o de ocio en general (el peso del sector servicios en el PIB nacional se mueve en el entorno del 70%).

Basta darse una vuelta por el centro de cualquier ciudad de cualquier país europeo para comprobar que todo -o casi todo- va encaminado a finalidades de índole turística o destinadas al ocio (desde comercios y establecimientos de restauración y hostelería, hasta gimnasios e instalaciones deportivas); en casi todos los casos, sin la existencia de turistas u otras personas ociosas, nada de ello podría sostenerse por falta de rentabilidad. Y lo mismo puede decirse de la industria -encaminada en muchas ocasiones a dar respuesta a necesidades del sector turístico- o la agricultura y ganadería -cuya producción abastece, cómo no, a la ingente cantidad de personas que van de un lugar a otro.

Las sucesivas crisis económicas que hemos venido sufriendo en este siglo XXI han demostrado que el ser humano está dispuesto a renunciar a muchas otras cosas con tal de no quedarse sin su dosis de ocio, materializado en sus vacaciones, viajecito o salida habitual más o menos larga. Pensemos que, si hace veinticinco años nos hubieran dicho que nos iban a someter a las dificultades y controles que se ponen hoy en día para viajar en avión, todos habríamos pensado que ello no era posible y que así no viajaría nadie; y, sin embargo, pese a las incomodidades y pegas aeroportuarias, seguimos viajando, con los aeropuertos -y puertos- llenos a rebosar en determinadas épocas. Está claro que todo el mundo quiere aprovechar sus espacios de ocio de la mejor manera posible. Somos muchos, y nos movemos mucho.

Desde esta perspectiva, no es extraño que el tema de aumentar la edad de jubilación esté generando tantos problemas en algunos lugares -singularmente, en Francia. Con independencia de otros aspectos relativos a la mayor o menor cobertura del sistema de pensiones (aspecto en el que ahora no voy a entrar), lo cierto es que la población se resiste a ver reducida una parte de su vida destinada al ocio, que es lo que implicaría un aumento en la edad de jubilación. Y, de ahí, las protestas y manifestaciones en contra; (aparte del hecho de que en la actualidad siempre existen personas que se apuntan a un bombardeo, o sea, que van allí donde haya follón, sea por causa de jolgorio -un título deportivo, por ejemplo- o de protesta -manifestaciones y algaradas contra lo que sea).

Posiblemente, el fenómeno conocido como la gran renuncia, o sea, el abandono de puestos de trabajo por parte de muchas personas en edad de trabajar, esté también relacionado con esa necesidad de ocio, que hace que la gente prefiera tener más tiempo libre, que no permanecer atada a un trabajo que no le satisface suficientemente.

En suma, pues, lo que rige todos los ciclos económicos, sociales y políticos es ese afán por disfrutar de tiempo de ocio que se ha ido globalizando cada vez más. Y, de ahí, que podamos hablar de civilización o sociedad del ocio.