Tribuna

Qué hay detrás de la semana laboral de cuatro días

Adrián Todolí Signes

Adrián Todolí Signes

Es casi un tópico decir que «trabajamos lo mismo que hace 100 años». Esta expresión hace referencia al hecho de que la jornada de 40 horas fue aprobada por la OIT el año de su fundación en 1919 y se utiliza para reflejar críticamente los pocos avances sociales en materia de reducción de jornada producidos en este vasto periodo de tiempo. Sin embargo, la realidad no es que se trabaje lo mismo que hace cien años, sino que trabajamos más.

Antes de la democracia en nuestro país, el modelo predominante de familia implicaba que el hombre trabajara 40 horas fuera de casa y la mujer trabajara, al menos, 40 horas en la casa (cuidados de hijos e hijas, personas mayores, limpieza, compras, cocina, etc.). Gracias al feminismo y con la incorporación de la mujer al trabajo esto ha cambiado. El modelo familiar más habitual actual implica que la pareja trabaje 40 horas cada uno en un trabajo, más las 40 horas necesarias de trabajo dentro de la casa. Esto significa que esta evolución social ha implicado un aumento de la carga de trabajo y de las horas de trabajo enorme para todos. Especialmente para las mujeres.

Esto justifica la sensación que tiene la mayoría de la población de que no se tiene tiempo para nada, que se va corriendo a todas partes, de estrés, de intensidad. Frente a esta falta de tiempo muchas personas se plantan y dicen: así no. Unas deciden no tener descendencia dada la imposibilidad de compatibilizarlo con el trabajo, otras optan por trabajos a tiempo parcial y reducir su salario y su capacidad de consumo, etc.

No es que las nuevas generaciones no quieran trabajar y deseen «vivir», como se apunta desde ciertos sectores interesados, es que a esta generación se le está exigiendo mucho más de su vida que a las anteriores. De ahí surgen nuevos planteamientos políticos que promueven una racionalización de los horarios, una reducción de la jornada, un fin de semana de tres días, una semana laboral de cuatro días.

Adicionalmente, en los últimos años, la productividad laboral ha aumentado enormemente y más va a aumentar en los próximos años a través de la incorporación de la inteligencia artificial (ChatGPT y muchos otros). Estos aumentos de productividad implicarán que la persona podrá hacer lo mismo en menos tiempo en su trabajo. La pregunta que se plantea es si estos aumentos de productividad se resolverán con despidos o con reparto de trabajo. La reducción de jornada, además de pretender mejorar la calidad de vida reduciendo el estrés y las prisas, es un planteamiento político que apuesta por lo segundo.

En efecto, el debate de fondo de la jornada de cuatro días no es un debate nuevo. Responde a la cuestión clásica de reparto de la riqueza generada en la empresa. Los aumentos de productividad producen beneficios en el seno de toda empresa que deben repartirse. Cómo se repartirán finalmente dependerá fundamentalmente del marco regulador y de si las políticas públicas establecidas otorgan suficiente poder de negociación a sindicatos y personas trabajadoras para garantizar un reparto justo. En este sentido, una reducción de la jornada podría otorgar poder a los sindicatos para negociar menos despidos tecnológicos y un reparto más justo de las ganancias que las innovaciones tecnológicas provocan en la economía.