Vive la difference

Juan José Company Orell

Juan José Company Orell

En el normalizado, excesivo y banal uso de la lengua y sus expresiones, entre otras, se halla aquel calificativo de «discriminatorio» que suele seguir a lo de «trato»; para conocer en qué ámbito nos movemos no queda más remedio, y miren que lo siento para aquellos que solo leen a través de una pantalla móvil de cristal, que acudir a lo que entiende nuestro diccionario de la lengua por «discriminar». Cierto que en su segunda acepción se recoge la siguiente definición: «Dar un trato desigual a una persona o colectividad por motivos raciales, religiosos, políticos, de sexo, de edad, de condición física o mental, etc.»; ese etcétera es toda una ventana de oportunidades para cualquier otro tipo de diferenciación; aún así se olvida con demasiada alegría que en su primera acepción el libro santo de nuestra Lengua indica que discriminar es Seleccionar excluyendo y no me negarán Ustedes que nos pasamos el día seleccionando y excluyendo, desde el modo y manera con que nos tomamos el café mañanero, pasando por nuestra forma de vestir, seleccionando las personas que nos caen bien y excluyendo a las que no tanto, hasta llegar a eso que algunos cursis llaman «la Fiesta de la Democracia» donde de forma discriminadamente excluyente seleccionamos a los que probablemente luego nos amarguen la existencia, incluso mantenemos esa misma actividad excluyente en aspectos mucho más personales de nuestra vida. En ese sentido todos discriminamos.

Los británicos, siempre contradictorios, alteran el orden de ambas definiciones en su propio diccionario, y en segundo término consideran que discriminar es reconocer una distinción, diferenciar (recognize a distinction; differentiate), dejando la parte negativa de la acción discriminatoria en primera posición. Y ese es realmente el significado lato del término «discriminar».

Información gramatical-semántica aparte, estaremos todos de acuerdo que somos, al tiempo, sujetos activos y pasivos en la conjugación fáctica, llevada a la acción, del verbo discriminar; no les voy a poner ejemplos por dos motivos, el primero porque a Ustedes se les ocurren un montón de ellos, el segundo porque si me pongo a redactar ejemplos me quedaría sin tinta en la impresora y este periódico me tendría que dedicar una edición entera. El ejercicio de la selección excluyente esta en todos los ámbitos de la conducta humana, del día a día, como diría de nuevo Caballero Bonald en «Los eventos consuetudinarios que acontecen en la rúa».

¿Y que me lleva a someterles a tamaño castigo de clase de bachillerato de los de antes?; pues uno de esos eventos que se trata de una sanción de no pocos dineros que impone la inspección de trabajo, la misma que no consigue evitar accidentes laborales cuando se incumplen las normas de seguridad laboral ni apenas localizar a las miríadas de trabajadores de ese 23% de economía sumergida, a una conocida línea aérea porque requiere, no sé si exige o sugiere, a su tripulantes de cabina femeninos, siempre que lo sean según la nueva normativa de fluidez de sexo, siempre cambiante y nunca fijamente definible (los que ahora mandan dixit), el uso de zapatos de tacón y maquillaje, por cuanto tal cosa es discriminatorio puesto que al personal masculino solo se le exige que vayan limpios y arregladitos. Se me antoja, legislación aplicable aparte, una solemne majadería, pues en todo caso lo que debería exigirse a la dicha empresa de transporte de gentes por las nubes, si se quiere evitar ese considerado trato discriminatorio, es exigir a sus tripulantes masculinos que también ellos llevaran zapatos de tacones y utilicen los necesarios afeites para ir bien maquillados y así ya no se estaría ante un acto discriminatorio, ¿estaríamos dispuestos a llegar a esos extremos sin conseguir percibir ridiculez ninguna?; no puedo imaginarme con que ojos verían los asombrados pasajeros si un día observan al piloto-comandante entrar en cabina de vuelo subido a unos taconazos pero eso si con una base de maquillaje adecuada a su tono de piel, no fuera cosa que su compañera de pilotaje se sintiera discriminada. Absurdo ¿verdad?

En mi profesión y durante años, todavía hoy, los varones tienen que acudir a las vistas judiciales con el cogote apretado por una corbata, insano castigo que las compañeras no sufren y bien que me alegro por ellas, así y todo jamás se me ocurriría manifestar ser una víctima de trato discriminatorio por tal excluyente selección de exigencia laboral estética porque entiendo que algunas funciones sociales o laborales requieren de una cierta forma de vestir, una diferenciación, y aún una manera de comportarse diferente de la habitual (a nadie en su sano juicio, practicante o no, se le ocurriría acudir a un funeral eclesiástico calzando chanclas y dentro de una camisa floreada con los faldones por fuera); y es que a situaciones diferentes las respuestas deben ser también diferentes y las formas para ello son también importantes. Hace pocas fechas se comentó en el Palacio de las Cortes que quizá sus Señorías debieran cuidar una miaja más sus formas de vestir en la noble Sala aunque solo fuera porque los ujieres de ambos sexos tiene la obligación de ir de pulcro uniforme de cuello alto, y es que también en política existe o debiera existir una imagen corporativa, y no estoy hablando de acudir al uso de una determinada forma de moda o vestimenta, pues extravagancia y elegancia coinciden en rima y casi en métrica y no tiene necesariamente que ser términos contradictorios. Se puede ser absolutamente individualista en la elección de nuestros ternos y al tiempo ser puntillosamente presentable.

El empleador tiene derecho a requerir una cierta prestancia en su empleado y al tiempo, obviamente el optante a una determinada profesión o puesto laboral tiene también el derecho de discriminar, en sentido amplio, de seleccionar excluyendo, y si cree que las condiciones, también las estéticas, que se le exigen para una determinada función no son de su agrado o le son perjudiciales, elegir otro lugar de labor, pero antes de acceder al puesto de trabajo, nunca después de haberlo logrado, lo contrario es engaño.

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