Cuando oigo estos tambores…

Part nova de Palafrugell principis S. XX.

Part nova de Palafrugell principis S. XX.

Àlex Volney

Àlex Volney

El automático recuerdo de que un paraíso absoluto para el exilio interior es l’Empodà. En ese escapar de uno mismo íbamos recibiendo aviso, año tras año, sobre estas mismas fechas. Nuestra familia vivía en la calle Oms y desde Palafrugell recibíamos siempre, una o dos cajas el cartón de las cuales venía ya ensombrecido por el tiempo y por el contenido.

Si uno recuerda Palafrugell, orígen materno, vuelve a los sentidos un profundo y embriagador matiz de humo tostando cortezas de Quercus Suber, pero también entre esa luz grisácea y rosada el perfume de los «bunyols de matafaluga». Las viejas amistades dels «avis» los habían hecho entre Sant Josep y Pasqua, eran originales de tiempos de Cuaresma, pero a la calle Oms de Ciutat nos llegaban cuando aquí ya casi volvíamos al cole, después del domingo. Claro que los exilios interiores pueden ser de todo color. Mercè Rodoreda fue al Ampurdán para morir. Así lo había dejado escrito. Los matices de luz y de color, el «parlar salat» y el mundo del «suro» eran de la capital del «peix fregit» la atmósfera que nos llegaba via correos en forma de elaborada repostería.

Los «bunyols de matafaluga» nacen como contrapunto a los ayunos. Esta pasta cuaresmal tiene su origen en los monasterios y conventos del Rosselló y l’Empordà. Así lo asegura el Sr. Pella i Forgas en su Historia del Ampurdán una obra muy bien valorada por Jaume Vicens Vives en la que todos los argumentos conducen a un origen nórdico que chocará claramente en esa frontera entre la grasa animal y nuestro insustituible aceite de oliva. Se producirá, en esta sencilla pieza, el milagro. Hablamos de un dulce que no debería serlo tanto, la «matafaluga» equilibra y centra esa armonía en una pasta que al morder, sin ser duro del todo, debe de oponer una ligera resistencia para ser considerado de buen resultado final.

Ideologías aparte. En las familias republicanas, como la nuestra, las mujeres también acababan planchando camisas a cualquier hijo de Palafrugell que hiciese la mili en la Isla, lo que llevó con el tiempo que esos jóvenes que pasaron por Oms, cada año, por pascua enviasen cajas de buñuelos a «l’avia». Los de confitería eran más oscuros y aceitosos, pero los particulares, los que hacían en casa, llegaban más claros, rubios y secos y garantizaban su conservación hasta el final del trayecto. De críos terminábamos la Pascua y volviendo al cole recibíamos esas enormes cajas de «bunyols de l’Empordà». Se elaboraban en el punto exacto de aceite que garantizase su buena maduración. El salvoconducto era claramente la grasa vegetal que perfila nuestro paisaje de Catalunya Nord hasta Guardamar.

Exquisito bocado del Ampurdán se empezaba a elaborar por Sant Josep y las familias se encontraban alrededor de enormes calderas llenas de aceite de oliva hirviendo, costumbre que se ha ido alternando a las grandes crisis pero que no se ha abandonado del todo, aunque los recipientes hayan derivado a más modesto tamaño. Calderos parecidos solamente los podíamos ver en Oms (Palma) en la churrería de Joanet Ruidala donde todo el mundo iba, en domingo, a buscar la artesana patatilla para el vermouth. Hoy es el mismo local de la gran farmacia del pobler que ha introducido los «dimonis» en las fiestas de Gràcia de Barcelona.

Els brunyols, un tiempo, habían sido exclusivos de propietarios ricos pero la gran difusión llegó al generalizarse en los años lluviosos y con las buenas cosechas o con la llegada de las harinas americanas. Hoy, en Palafrugell, se siguen haciendo en casa y en las pastelerías y hornos. Curiosamente en Cadaqués los llaman «crespells», el aceite de Cadaqués por motivos obvios no tiene rival. El poeta y amigo de Josep Pla, Víctor Rahola, los inmortalizó en sus versos. El mismo Pla aconsejaba en sus obras ese vinito rosado y seco de Cadaqués siempre recordando que el «bunyol de matafaluga» el «bunyol de l’Empordà» invita a beber vino, principalmente garnatxa (algunos aconsejan moscatell) pero sin olvidar que al dulce, seco y perfumado, le acompaña mejor un vino ligero y también seco sin alto contenido en azúcar para llegar al mismo equilibrio que nos devuelve ese bello paisaje. Atmósfera gris y somnolienta entre prados de verde pálido en lo que a pesar del genial escritor todo sugiere la ausencia de autoría humana a un paisaje ancestral y secular, contradiciendo cualquier principio planiano. Realmente lo más humano del panorama era su fuerte cuando afirmaba que de Palafrugell era muy fácil salir, pero muy difícil, o casi imposible, volver. Suscribo.

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