Consenso, un mito

Àlex Volney

Àlex Volney

Oel mito del artículo fabuloso en lo literal. Tan astuto que casi había conseguido engañar a los dioses, pero no mucho y una tarde de verano, cuando el sol ya se había sumergido en el horizonte, otro de los últimos supervivientes entre los argonautas diestros en libaciones de hidromiel, Consenso, era abandonado en las arenas del sur de Mallorca, sí, en esas finas arenas blancas que preceden el salobrar. Según algunos la mayor de las islas Hespérides donde habitaban los hombres desnudos, los honderos, era un vergel y era donde había sido abandonado a su suerte, desterrado, pero con destino claramente diferenciado de Sísifo, todavía mucho más corto y riguroso. Implacable en el desenlace.

De las muchas que existen de entradas a los infiernos, la más distante de Grecia se dice que era la del Drac y parece que allí se encontraba la gran sacerdotisa y gobernadora de la isla. Los isleños no habiéndose atrevido a darle muerte hasta allí llevaron a Consenso, pero absorta en otros quehaceres lo envió directamente al otro lado para que lo juzgara su hija, ninfa del huerto de los naranjos. Todo un clásico en los orígenes de la burocracia. Sería escoltado por un grupo de hombres de la hermandad de la cabra. Cruzaron durante casi dos días, a paso ligero sin detenerse y ni una palabra en todo el camino. Al llegar la encontraron sentada cerca de un torrente con un brazo de agua bien potente que brotaba con fuerza bajando hacia el mar. Regando los huertos descendía entre olivos y encinas. En aquel día el mar embravecido salpicaba el horizonte. Justo enfrente un mar rojizo, al fondo, se engullía el sol. Sabía que ante sus preguntas no debía alargarse y ser muy humilde. Siguió mirando al suelo. Las ninfas de la Triple Diosa podían echar mal de ojo fácilmente y convertir el espíritu de un hombre en agua y su cuerpo en piedra y debilitar a cualquier bestia que se cruzara e incluso matarla. Sus mascotas las serpientes actúan igual sobre los pájaros, los ratones y los conejos. Puntual empezaría el interrogatorio.

Eres un viejo y feo despojo humano, dijo ella. No, sagrada ninfa, perdóname. He llevado una vida muy dura. Todavía faltaban muchísimos siglos para que un refrán del Imperio chino llegara a Occidente para ser muy bien acogido, algo así como «para reír y pasarlo bien encontrarás fácilmente compañía, para lloriquear quedarás solo». Primo de cretenses, Consenso, le contó los mil trucos que llevaban a cabo en la parte más oriental de nuestro mar donde se cree que se iba inventando la democracia. En nuestra isla, respondió severamente la ninfa, ninguna mujer engaña jamás a la Triple Diosa. La Doncella, la Madre, la Anciana. Todo se cuece en tres fases lunares, que te has creído. Faltaban muchos siglos, todavía, para la invención del perreo y su gran poder entre los mortales que cambiaría fácilmente el rumbo de la Historia, pero sobretodo de la relación entre los llamados heterosexuales (una minoría incomprendida que llegaría a ser maldecida con anterioridad a su bien dirigida extinción).

En nuestra isla no, sentenciaría. Aquí ninguna mujer se burla jamás de la Triple Diosa y mucho menos vosotros, seguiría increpando la sacerdotisa al vencido argonauta, exhausto y apaleado por los gritos que eran la diversión y entretenimiento de los hombres cabra que sentados en las rocas se partían de risa esperando una orden. Discutieron de orígenes y de ancestrales raíces, bueno, discutieron con Consenso mirando al suelo y balbuceando. ¿...o debería decir sin? creo que me estoy rayando. A grito pelado vaya: ¿Cómo es posible que una tribu adore a un padre? ¿Qué es un padre sino el instrumento que una mujer utiliza de vez en cuando para su placer y para poderse convertir en madre? ¡Por favor, que me parto! Al advertir semejante irritación, cada uno de los hombres-cabra tomó silenciosamente una piedra y la colocó en la tira de cuero de su honda para estar preparados. Consenso volvió, patéticamente, a la carga mirando al suelo y recordando que las mujeres dependían de los hombres para su maternidad, no les basta el viento para llenar de nueva vida sus matrices. Es un razonamiento de locos exclamó la ninfa. Entonces la cosa ya se complicó del todo hasta que en todo el valle retumbaba la risa de la diosa y a cada pregunta Consenso iba ya admitiendo con lento balanceo de cabeza. El balbuceo era ya casi imperceptible. Consenso se había perdido.

Mientras aún seguían conversando, la diosa hacía una señal a los de la hermandad de la cabra para que lo llevasen lejos y lo soltasen para darle caza. Decidió que sus historias eran demasiado perturbadoras. Además era un viejo encorvado, calvo y feo, que no le traería buena suerte a la huerta, vaya, y mucho menos placer. Los hombres - cabra se postraron en reverencia ante la ninfa de las Naranjas (que parece ser que, realmente, eran de la China) y obedecieron sus órdenes, tras incorporarse, con alegría. La persecución no fue larga. Fue el final de Consenso, otro mito menos. (Tributo Gravesiano).

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