Desperfectos

Los censores de Agatha Christie

Valentí Puig

Valentí Puig

El recorte políticamente correcto de las novelas de Agatha Christie augura una posmodernización de bajos vuelos. Es el sinsentido que impone una limitación en los márgenes de la libre palabra. Lleva vendidos más de cien millones de ejemplares de Diez negritos, uno de sus rompecabezas deductivos. Su obra teatral La ratonera fue la que más años se mantuvo en cartelera. Ahora los editores revisan sus novelas para adaptarlas a la nueva forma de entender lo que se puede y lo que no se puede escribir. Es decir: lo que hay que leer. Si se trata de adaptar Hércules Poirot a las nuevas sensibilidades, el caudal de la corrección política será imparable, como un torrente que crece hasta desbordarse. No es casual que esas nuevas sensibilidades acaben siendo restrictivas. Las fábulas de Harry Potter, indirectamente, también fueron vapuleadas cuando su autora J. K. Rowling -con ventas astronómicas- puso en duda la identidad transgénero.

De entre los libros más vendidos de la historia, del Don Quijote a los de Tolkien, El Principito o Las aventuras de Alicia en el país de las maravillas, por su libertad de inventiva y una mirada sin precedentes tienen millones de lectores, del Polo Norte al Polo Sur. Cuando veamos amordazar a la Miss Marple de Agatha Christie, podremos acordarnos de Fahrenheit 451 -la temperatura a la que el papel se inflama-. ¿Quiénes toman la decisión de aliviar determinadas expresiones en grandes libros cuya fascinación permanente es ratificada por cientos de millones de lectores? Tal vez sería más lógico que los profesores de literatura explicasen que los grandes libros algo tienen que ver con el lenguaje de la época en que fueron escritos y lo transcienden, por lo que es un mal apaño adaptarlas al dialecto de nuestro tiempo. Si en el Egipto de Muerte en el Nilo Agatha Christie describe cómo unos niños árabes molestan a una turista británica, ¿es que eso no es realismo? Sin embargo, la corrección política lo interpreta como racismo. Cualquier día se reescribirán con corrección política las obras de Proust y Kafka. La corrección política que ya predomina en las universidades ahora va a por los lectores libres.

Con el criterio de la sensibilidad correcta la traición a los lectores de Agatha Christie es flagrante. Solo pretenden disfrutar con novelas que son puro enigma, sin misterio ni emoción. Poirot descubre que la asesina es el ama de llaves por la forma de acariciar al dálmata de la mansión. Hay que ser muy suspicaz para que Agatha Christie te ofenda.

El envenenamiento con propósito criminal es una constante de la experiencia humana. Abunda en las novelas de Simenon. ¿Habría que eliminarlo de las novelas de Agatha Christie, por incitación al asesinato? Ella fue enfermera durante las dos guerras mundiales y llegó a ser una experta en toxicología. En sus novelas aparecen el ácido cianhídrico, el arsénico, la estricnina, el curare. Uno de sus personajes alevosos pone sulfato de atropina en la crema de afeitar de la víctima. Vade retro Agatha Mary Clarissa, esa dama racista y criminal. Seguro que alguien ya prepara una versión purificada de Sherlock Holmes por ser cocainómano, pero no parece que la censura posmoderna se atreva con el infame Marqués de Sade.

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