Limón & vinagre

Xavier García Albiol: PP y Vox en un solo hombre

Xavier García Albiol durante un pleno celebrado en Badalona en 2021.

Xavier García Albiol durante un pleno celebrado en Badalona en 2021. / David Zorrakino

Matías Vallés

Matías Vallés

Hubo un tiempo en que PP y Vox eran una misma persona. Se llamaba Xavier García Albiol y apenas cabía en las fotos, porque tiene las dimensiones de un villano de John Wick 2. Fue el primer prototipo en emerger de la Iván Redondo Productions, antes de José Antonio Monago y de Pedro Sánchez. El pívot badalonés tiende a la hipertrofia, a nadie puede extrañarle que su eslogan electoral en 2011 fuera Limpiando Badalona, y preguntando después. Poca gente recuerda la palabra en tipografía amenazante que seguía al plan higienista en la tercera ciudad catalana, «Podemos».

No se debe confundir a Albiol con un cascarrabias profesional como Fraga, con ser quien era. El badalonés señaló incluso la nacionalidad rumana de su objetivo de limpieza, un comportamiento que le valió una denuncia por delito de odio felizmente resuelta. En su propia versión: «Los badaloneses no quieren vecinos que almacenan chatarra en sus viviendas».

Se manifiesta ahuecando la voz, como si estuviera vacío por dentro. Y no, García Albiol no es ahora mismo alcalde de su villa natal, en contra de lo que piensan los profanos. Aunque a estos también les asiste la razón, porque el gigante parece alcalde a perpetuidad del municipio donde acumula tres décadas de concejal. Incluso viajó a Madrid en calidad aparente de senador por la circunscripción de Badalona.

Los hombres de más de dos metros de altura disponen de una especie de sexto sentido que les permite reconocerse a primera vista. Albiol fue un espécimen singular que la derecha de Rajoy llegó a pensar que presentaba las características imprescindibles de un español para resistir en Cataluña. Con el tiempo, ha proliferado entre los conservadores el doble equipaje genético PP/Vox, según se trate de una intervención oficial más comedida o de un encuentro en confianza más exaltado. También Albiol se somete a este código de etiqueta, cuando niega en La Sexta su Limpiando Badalona o abraza a los Mossos d’Esquadra en TV3. Tiene algo con los uniformes.

De origen modesto, García Albiol se ennoblece con los apellidos dobles que Gabriel Rufián afeó a Vox en la moción de censura. Al alcalde de Badalona para la eternidad, aunque no alcanza seis años de presidencia del consistorio, le aqueja la frustración del precursor, que es la imagen especular del síndrome del impostor. Fue el primero en dibujar una derecha que mostraba los colmillos, prefiguró a Vox, por algo Feijóo lo ha incorporado para muscular su desganada conquista del poder.

Los patriotas pata negra ocupan tanta inmensidad que apenas dejan espacio a los españolitos de a pie. Albiol absorbe toda la atmósfera a su alrededor, asfixia la disidencia. Si le apuran, negará ser de extrema derecha moderada, pero su tamaño le traiciona siempre que intenta contenerse. No logra corregir el lenguaje intimidador del baloncesto. La violencia implícita en el mate, el tapón, el machacar.

Siempre que alguien menciona a Albiol la cabeza vuela a Matteo Salvini. La misma voluntad de racionalizar los excesos, o de digerirlos mediante una sonrisa que al español se le queda en rictus cetrino. No aspiran a ser gobernantes, sino salvadores, reorientando a los descarriados en cuatro patadas. El badalonés abunda en «he ganado», «he sido la lista más votada», se martillea su decepción. Cuando le recuerdan que el gobierno municipal es una cuestión de mayorías, se agita: «¡No querrán que me apoye la CUP!».

Es más doloroso estancarse a un paso del poder que nuclearse en la marginalidad de las catacumbas. Albiol ha mantenido su discurso de mayoría minoritaria al recibir la primera mala noticia del año. Será procesado por prevaricación antenística, con petición fiscal de casi tres años de cárcel. Quiso patrimonializar el urbanismo junto a la alcaldía, y paga las consecuencias. Atribuye su infortunio a un funcionamiento averiado del poder judicial. Estos constitucionalistas, siempre cancelando al Estado. Aunque acusarle de arbitrariedad no suena delictivo, sino redundante.

Albiol interpreta con fidelidad el papel del extremista de derechas al que los progresistas aman odiar. Conviene citar a Jaume Asens, presidente de Unidas Podemos en el Congreso, cuando recuerda que «Vox y el independentismo catalán se retroalimentan». El badalonés necesita que la izquierda oculte los problemas, para demostrar a continuación que no puede solucionarlos. En Francia, la revuelta de Mélenchon ha logrado que uno de cada cuatro votantes progresistas considere aceptable a Marine Le Pen. A Albiol le encantará este dato.

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