Tribuna

Hacia el Etiquetado Frontal Europeo para una alimentación saludable

Andreu Palou

Andreu Palou

Allá cada cual, con sus preferencias, pero cuidado con jugar a los algoritmos con las cosas del comer y especialmente los dirigidos a la población infantil, la más sensible. El esperado nuevo sistema europeo de ‘Etiquetado Nutricional Frontal’ (Front of Pack Nutrition Labelling, FOPNL) acumula ya un notable retraso y, aunque algunos grandes apremian a la Comisión Europea (CE), no nos apresuremos.

Era mayo de 2020, cuando la CE anunció la estrategia «de la granja a la mesa» y se comprometió a proponer el ‘Etiquetado Nutricional Frontal’ (Front of Pack Nutrition Labelling, FOPNL) en los alimentos. Quedó claro que debía ser obligatorio para conseguir su armonización en toda la Unión Europea (UE). La idea es facilitar al consumidor que, «de un vistazo», pueda elegir una alimentación «saludable y sostenible». Se trata de empoderar a los consumidores para la toma de decisiones alimentarias informadas y contribuir a un sistema alimentario justo, saludable y que reduzca la huella ambiental y climática. La definición de la etiqueta ‘sostenible’ queda para más adelante, pues aún le faltan matemáticas para definirla, pero el etiquetado nutricional «frontal», que se anunció para 2022, se anuncia ahora para antes de este próximo verano.

La etiqueta en la parte frontal pretende resumir el «perfil nutricional» de cada alimento, y calificarlo según sus características nutricionales. Al Panel Científico-técnico competente de la EFSA (Autoridad Europea en Seguridad Alimentaria) ya se nos consultó sobre el tema en 2008, dado que en la legislación europea es preceptivo obtener la opinión, independiente y transparente (consultable en Internet) de EFSA antes de la toma de decisiones políticas en materia de alimentación. Es un modelo que, dicho sea de pasada, convendría contagiar a otros ámbitos de la gestión política de los problemas. La consulta fue a raíz de la legislación europea (Reglamento 1924/2006) sobre declaraciones de salud en los alimentos que preveía en su artículo 4 que: «A más tardar el 19 de enero de 2009, la CE...establecerá los perfiles nutricionales... que deberán cumplir los alimentos o determinadas categorías de alimentos para que puedan efectuarse declaraciones nutricionales o de propiedades saludables...». Pero 14 años después, todavía los estamos esperando. Bien es cierto que, cual espada de Damocles, el solo anuncio de que llegarían los perfiles ya sirvió para que muchos fabricantes hayan reformulado mejor sus alimentos. Ahora, sin embargo, el desafío ya no es sólo establecer los perfiles con el objetivo limitado a discernir que unos alimentos puedan llevar declaraciones de salud y otros no. Ahora se pretende el perfilado «total» de los alimentos, etiquetándolos como más o menos saludables, en el más amplio sentido y que el consumidor, con un simple vistazo a la parte frontal de la etiqueta, pueda distinguirlos y decidir. En la opinión de EFSA de 2008 pudimos identificar importantes componentes favorables (en términos de salud) como la fibra y la proteína junto a otros desfavorables, como la grasa saturada, el sodio (la sal) y los azúcares simples totales y añadidos, pero dejando claro que lo que cuenta es la capacidad de cada uno de ellos de influir en que el conjunto de la dieta resulte más o menos saludable. La fijación de unos límites muy precisos, cuantitativamente, no fue posible (no lo es aún) científicamente. Hace un año, el Panel científico de Nutrición de la EFSA fue nuevamente consultado, y se reafirmó en sus conclusiones de hace 14 años, con la importante inclusión del potasio entre los componentes favorables identificados, por su papel opuesto al sodio, en cuanto a su impacto en la hipertensión arterial, algo que deberá tenerse en cuenta.

Aunque la CE tiene difícil concretar una propuesta, podría apoyarse más en el gran avance que supuso (diciembre de 2016) la entrada en vigor del «etiquetado nutricional», obligatorio en todos los alimentos preenvasados. Y es que ya nos muestra (aunque sea en la parte trasera del envase) la composición nutricional básica (valor energético, grasas, ácidos grasos saturados, hidratos de carbono, azúcares sencillos, proteínas y sal) expresada por 100 gramos (100 mililitros en líquidos) de alimento. Ello ya facilita al consumidor que lo lea poder comparar y así elegir las opciones más saludables. Pero no se determinó que esta información se ubicase en la parte frontal, y este vacío, junto a la socorrida excusa de que el consumidor no lee las etiquetas, es lo que se pretende resolver ahora mediante un flash frontal al consumidor para que, de un vistazo, decida lo que le conviene elegir. Y aquí es donde entran en juego unos algoritmos que solo cobran sentido para algunas categorías y tipos de alimentos y se activa la controversia ya que la simplificación que supone el flash, en la parte frontal, puede enmascarar el etiquetado nutricional básico (que queda en la parte trasera del paquete) y que tanto costó definir, pero que contribuyó a situar a la UE como referente mundial de los avances en políticas de alimentación saludable.

En varios países, entre ellos España, se ha venido introduciendo el etiquetado voluntario ‘Nutriscore’, útil para distinguir entre alimentos de una misma categoría, o entre alimentos más o menos ultra-procesados o para platos o comidas preparadas, pero no para todos, indiscriminadamente. Nutriscore clasifica los alimentos y las bebidas según una escala de 5 colores y 5 letras: desde la A y el color verde para la mejor calidad nutricional hasta la E (roja) que señala la peor. Está siendo impulsada por Francia, Bélgica, Alemania y Luxemburgo, donde ya se utiliza como sistema nacional de etiquetado voluntario. Algunas grandes empresas se han apresurado a comprar la idea, combinando componentes favorables y desfavorables y reformulando productos alimenticios en busca del ansiado color verde sobre la letra A, pero Nutriscore deja al margen los alimentos frescos y se compadece poco con nuestra dieta mediterránea poco procesada y equilibrada, y termina por relegar al etiquetado nutricional básico y cuantitativo, a la parte trasera del paquete. ¿No sería suficiente con trasladar a la parte frontal esta información, adornándola con todos los semáforos que faciliten su apreciación ‘de un vistazo’? Algo parecido es lo que ha hecho el Reino Unido, y está claro que ayudaría tanto a la información como a la formación del Consumidor.

Con todo, no me extraña que la CE se lo continúe pensando, junto a lo que aportan otros sistemas más simples y menos ambiciosos, entre los más de una docena que proliferan en Europa. Por ejemplo, el KeyHole, que se usa en Suecia, Dinamarca, Noruega y Lituania (y en los países del área económica europea, Noruega e Islandia), que destaca el relativo exceso de algún componente concreto (sal, azúcar o grasa saturada) cuyo consumo debiera vigilarse. Los americanos lo tienden a emular en su reciente propuesta de la FDA para su etiqueta healthy (saludable), la cual (con toda lógica) fija condiciones diferentes para cada categoría de alimentos. Nutrlnform en Italia, defiende sin contemplaciones sus famosos manjares como el aceite de oliva, el jamón de Parma y el queso parmesano. En fin, habrá que armonizar con lo mejor de cada uno, sin precipitarnos, y cuidado con los algoritmos y las componendas que puedan desvirtuar la información nutricional ‘básica’, la que se relega a la parte de atrás del paquete y que podrá mejorarse con la inclusión del potasio y la fibra. En su traducción (preferimos traducción frente a resumen) para darle más visibilidad en la parte frontal, sin perder información, y sea cual sea el etiquetado frontal que finalmente se elija, las condiciones debieran ser diferentes y específicas para cada categoría de alimentos. Mientras, saludamos que nuestro Ministerio de Consumo diera un paso atrás en su carrera por implementar Nutriscore y esperen a la propuesta europea. Es preferible que, de momento, hayan dado prioridad a la vigilancia de la publicidad dirigida a los niños y a las niñas, y en nuestras escuelas.