Tres años después

Ángela Labordeta

Ángela Labordeta

Cuando el 15 de marzo del año 2020 el presidente Pedro Sánchez anunciaba un confinamiento total para la población española, muy pocos pensábamos qué sería de nosotros tres años después, y creo que no formularnos esa cuestión nos ayudó a sobrevivir a lo largo de esa pandemia que no nos dejó casi nada bueno y a la que hemos sobrevivido no sin unas cuantas secuelas, que tienen que ver con nuestra forma de entender el mundo y a nosotros mismos. No recuerdo gran cosa de los días de confinamiento, sí que una de mis hijas lo pasó casi íntegramente en un pueblo de Cantabria y verla durante casi tres meses sólo a través de esas videollamadas a las siete de la tarde casi me hace enloquecer por no saber cuándo iba a acabar todo.

Pero por lo demás no recuerdo sentimientos, ni frustraciones, ni nada que no fuera resolver lo cotidiano de la forma más cotidiana: algo de gimnasia, escribir, comprar, limpiar, lavarnos las manos una y otra vez, escuchar las noticias que eran informaciones heladas con una dramática cifra de muertos y de hospitales sobrepasados y esos aplausos a las ocho de la tarde desde las ventanas creyéndonos con ese infantil acto que éramos mejores y que por ser mejores la cosas acabarían por cesar y la normalidad volvería a instalarse de nuevo en nuestras vidas. No fue así, porque la pandemia se prolongó y aunque el confinamiento cesó y pudimos volver a salir a las calles para algo más que ir al médico, a comprar o a trabajar, siempre que fuéramos trabajadores esenciales, lo cierto es que algo de esos días en los que no sabíamos qué iba a pasar se ha quedado en nosotros y es un tono en nuestra vida del que no podremos desprendernos, porque simplemente supimos que éramos vulnerables, totalmente, y aunque nuestro destino tuviera un orden cósmico, lo realmente importante es que un bicho o un descuido humano lo puso todo patas arriba.

Han pasado tres años y en medio un montón de cosas, algunas de origen natural y otras provocadas por la mano del hombre, que es como las tripas de una lavadora centrifugando todas nuestras esperanzas. Y es que tras la pandemia que arrasó vidas en total oscuridad y soledad, seguimos construyendo nuestra historia y nuestro futuro de forma irresponsable, asumiendo que la lógica de vivir supone la destrucción de casi todo lo que realmente necesitamos para ser felices. Debe de ser la condición humana, que es capaz de soportarlo todo, de justificarlo todo e incluso de provocarlo todo hasta el momento de la gran broma final.

Suscríbete para seguir leyendo