El «dictamen» de Tamames

Antonio Papell

Antonio Papell

Hasta ahora, Tamames no había sido encasillado en la categoría de los veteranos enojados que protestan sistemáticamente por cuanto ven y oyen, molestos por el hecho de que el mundo siga girando sin su presuntamente indispensable contribución. Y sin embargo, la lectura del borrador de su discurso de censura filtrado a los medios nos persuade de que el autor de la celebérrima Teoría Económica de España, que va por la 26ª edición, andaba desde hace tiempo refunfuñando por los rincones, prodigando sus protestas, más o menos audibles.

La llamada de Vox, intermediada por su amigo Sánchez Dragó, ha resucitado el ego del catedrático, y lejos de interpretar que se le pretendía manipular por su prestigio y popularidad, ha creído que al fin alguien había caído en la cuenta de que la cuesta abajo española solo recuperaría la horizontalidad si era él quien marcara el procedimiento. Después de todo, el viejo comunista ya había traspasado la barrera ética del transfuguismo una vez cuando, después de la muerte de Tierno y siendo él cabeza del grupo de concejales de IU en el Ayuntamiento de Madrid, dejó caer al socialista Juan Barranco para entronizar a Agustín Rodríguez Sahagún, del suarista CDS, una buena persona que sin embargo estaba en las antípodas de lo que había defendido Tamames hasta entonces.

En una buena entrevista firmada por Juan Cruz en El Periódico España, Tamames ha declarado que no está «preparando un mitin sino un dictamen». La expectativa técnica engendró cierta curiosidad en muchos lectores, pero una imprudencia ha permitido conocer el texto antes de tiempo y ha frustrado la sorpresa. Porque, además, el dictamen, antiguo, largo y tedioso, es una crítica brutal al papel de la izquierda, apoyada en una combinación de verdades y falsedades. El discurso, obtenido en primicia por eldiario.es de Nacho Escolar, tiene 31 capítulos, y, por el lenguaje y los temas, podría ser actual en los años ochenta. Además, está plagado de anacronismos e inexactitudes.

Uno de los asuntos divertidamente inexactos es el referente a la seguridad jurídica. Tamames sustenta la presunta inseguridad actual en la frustración de las expectativas de los inversores en energía fotovoltaica –entre ellos, unas 65.000 familias españolas—, que invirtieron en determinadas condiciones fijadas por el Estado español, y vieron reducida su retribución poco después, lo que generó una nube de pleitos, muchos de los cuales están sin resolver todavía. Pues bien: las inversiones en renovables datan de 2010, en tiempos de Zapatero y cuando todavía no habíamos calibrado del todo la gravedad de la crisis. Y quien cambió radicalmente las reglas, reduciendo la rentabilidad drásticamente, fue Rajoy en 2014. ¿Qué tendrá que ver este gobierno con aquel renuncio?

Otro asunto en el que Tamames patina es en la detección de «un poder judicial dominado por el ejecutivo». Sin necesidad de traer a colación declaraciones como la del magistrado Enrique López, consejero de la Comunidad de Madrid, en las que resalta siempre que encuentra ocasión la sintonía entre «la mayoría de los jueces» y el PP, cualquier mediano observador habrá caído en la cuenta de que el principal problema actual de la Justicia es el bloqueo del Consejo General del Poder Judicial, que dura ya más de cuatro años y que es de una gravedad extrema. Afirmar que el desorden judicial causado por la negativa a renovar el órgano de gobierno de los jueces conforme a la legislación vigente es culpa del gobierno parece una broma macabra.

La lectura íntegra del discurso, que durará si se lee íntegramente cerca de dos horas, deja una sensación de decrepitud, con análisis antiguos, visiones pasadas de moda, ignorancia de la modernización que ha tenido lugar en los últimos lustros. Casi al final, Tamames menciona «brevemente» a la Unión Europea, ignorada en todo el discurso, para decir que ya es hora de que España haga alguna propuesta grandilocuente a Bruselas para emular las gestas épicas de Felipe González… En definitiva, si Tamames lee este documento u otro parecido, habrá conseguido el portento de ponerse en ridículo y de dejar ese legado a la posteridad, ridiculizar a sus mentores de Vox y haber desacreditado a un sistema, el nuestro, que debe arrancar de nuevo tras dos décadas de conmoción general.

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