Tribuna

Irlanda del Norte

Pedro Antonio Mas Cladera

Pedro Antonio Mas Cladera

Durante algún tiempo, por razones de carácter familiar, llevamos a cabo varios viajes a Irlanda del Norte, desplazándonos por allí en coche y visitando también algunas zonas de Irlanda; pasamos así por Belfast, Derry, Donegal, Galway….

Una de las cosas que me llamó la atención -aparte de comprobar que, incluso ahora, seguían claramente diferenciadas las zonas y la gente «católica» y «protestante» (esto es, republicanos, partidarios de la unificación de la isla y unionistas, favorables a que Irlanda del Norte continuara en el Reino Unido)- fue que las infraestructuras y servicios públicos del Úlster y de la República de Irlanda eran muy diferentes. Así, las carreteras, alumbrado público y demás servicios existentes en Irlanda del Norte eran, en general, mucho peores que los que había en el territorio perteneciente a Irlanda, cuyas carreteras estaban perfectamente asfaltadas y mantenidas. Ese era un hecho apreciable a simple vista, sin influencia de ningún prejuicio derivado de simpatías por una u otra posición política; ibas por allí, y lo veías directamente al circular por caminos y carreteras, en pueblos y ciudades (lo viejo y roto, frente a lo nuevo y limpio). Pensabas, caray, sí que tiene poco interés el Gobierno Británico en mantener esto un poco arreglado; o, también, es como si se hubieran querido vengar de los tiempos pasados, en que se produjeron graves disturbios y enfrentamientos, que duraron bastantes años.

Recordemos aquí que durante mucho tiempo los noticiarios de todo el mundo se hicieron eco de los continuos enfrentamientos, atentados y problemas de convivencia que había en esa zona, principalmente en los años sesenta y setenta del siglo pasado. Los conocidos como acuerdos del Viernes Santo del año 1998 vinieron a poner fin a esos enfrentamientos, e implicaron, entre otros puntos, la desaparición de una frontera física entre las dos partes de la isla y la libre circulación a ambos lados de ella. La aplicación de ese acuerdo era más sencilla por el hecho de que tanto la República de Irlanda como el Reino Unido pertenecían entonces a la Unión Europea, pues no se alteraba el statu quo existente hasta el momento.

Esa situación, sin embargo, tenía necesariamente que variar con motivo de la salida del Reino Unido de la Unión Europea (o sea, con lo que se ha dado en llamar, Brexit).

Cuando ambos estados formaban parte de la UE no existía frontera económica entre ellos, ya que se integraban en el mismo mercado único, y así, entre el territorio irlandés y el de Irlanda del Norte podía transitarse sin limitaciones ni restricciones aduaneras, más allá de los controles que existieran por razones de seguridad, a causa de los problemas antes aludidos. Una vez producida la separación del Reino Unido de la UE, está claro que algo debía cambiar y que eso iba a conllevar grandes dificultades, puesto que, una de dos, o había frontera terrestre entre el Ulster y la República de Irlanda, o la frontera tenía que estar en el mar, entre Gran Bretaña y la isla de Irlanda (entera, incluyendo el norte y el sur).

Nos encontramos con que hay dos islas (Irlanda y Gran Bretaña) y dos estados (República de Irlanda y Reino Unido), cuyos territorios no son coincidentes, pues el Reino Unido tiene una parte en la isla de Irlanda (el Úlster).

Conseguir que Irlanda del Norte esté, a la vez, dentro y fuera de la UE y del Reino Unido viene a ser como perseguir la cuadratura del círculo, y de ahí que este tema haya generado tantas tensiones y haya sido una de las causas de los sucesivos cambios de primer ministro en Londres.

Ahora parece que se ha logrado encontrar una solución (o, al menos, hacerlo creer a la opinión pública de ambos países), de manera que, según ese acuerdo, Irlanda del Norte forma parte del Reino Unido en relación con los productos y materiales que no estén destinados a salir de ese ámbito, mientras que, si se trata de artículos que han de pasar a Irlanda, sí deben ser considerados como si se tratase de un tercer Estado. El acuerdo se basa, entre otros aspectos, en la creación de «vías verdes» y «vías rojas» para la exportación de mercancías de Gran Bretaña a Irlanda del Norte. Las destinadas a permanecer en ese territorio seguirán la línea verde, evitando la burocracia aduanera, mientras que las restantes -con destino final, Irlanda o la UE- deberán seguir la línea roja, más complicada y sometida a las normas UE, como hasta ahora.

Me da la impresión de que ese método, que pretende aunar lo bueno de pertenecer a ambas esferas económicas -Reino Unido y Unión Europea- va a ser de muy difícil aplicación práctica, pues la realidad es mucho más dinámica de lo que los políticos creen y la imaginación seguramente dará para mucho. En definitiva, ambas partes han aceptado eso de pulpo como animal de compañía, pero la cuestión es que el pulpo va a seguir viviendo y puede dar problemas en la vida cotidiana.