Una guerra de trincheras

Daniel Capó

Daniel Capó

El optimismo reina en el Partido Popular, a pesar de las huelgas masivas que afectan a la sanidad madrileña y que amenazan el resultado electoral en uno de sus bastiones clave. El PP espera que una victoria aplastante en las próximas autonómicas y municipales –sus encuestas les dan posibilidades reales de ganar en la mayoría de las comunidades en juego– defina el tablero para las generales: una geografía teñida de azul que impulsaría la candidatura de Núñez Feijóo ante un Sánchez atenazado por los intereses contradictorios de una coalición alejada de cualquier principio de moderación. Al igual que ha sucedido con Nicola Sturgeon en Escocia, hay determinadas propuestas que son excesivas incluso para la más avanzada de las sociedades y Moncloa empieza a encontrarse con este problema: sus leyes, sus discursos y sus políticas se están alejando del núcleo central de las creencias sobre el que se asienta nuestro país. El optimismo del PP nace de este aval sociológico.

Feijóo intuye además que en España el centroderecha sólo consigue buenos resultados cuando subraya su vena centrista. Moderantismo, por un lado, y gestión económica ante la crisis, por el otro, son las dos claves que se creen infalibles en el mensaje electoral de los populares. Así llegó al poder José María Aznar y así lo hizo Mariano Rajoy. Lo contrario –optar por un discurso nítidamente escorado hacia posiciones ideológicas más esencialistas– moviliza el voto de la izquierda, como se ha demostrado una y otra vez. España es un país con una característica sentimentalidad de centroizquierda, al que tradicionalmente –al menos en estos últimos cuarenta años– le han irritado los extremismos políticos, a no ser que respondan al dictado propagandístico de los nacionalismos. En nuestra sociedad, el instinto moderado –su imagen, al menos– es la clave del poder.

Feijóo lo sabe y de ahí su apoyo reciente a la ley de plazos sobre el aborto, en contra de las convicciones de una parte de sus votantes, de los que sospecha que se encuentran ya más cerca de Vox que del PP. «Prudencia, moderación, libertad, economía, centrismo», repiten los dirigentes populares, confiados en que se ha contenido el trasvase de votos hacia Vox y que, en cambio, todavía quedan por llegar muchos votos del ala centrista del PSOE: ese millón que tradicionalmente decide las elecciones. Y, sin embargo, a pesar de las encuestas que puedan manejar, sorprende el optimismo soterrado de Génova cuando se ha enviado el mensaje de que la prudencia sea la máxima divisa. Porque los números son más exigentes de lo que parece y la potencia de fuego de un gobierno sin límites presupuestarios resulta enorme. Si la cifra de 130 diputados era considerada hasta unos meses por el PP la línea divisoria que separaba el gobierno de la oposición, sus expectativas apuntan ahora más alto, lo que liberaría a los de Núñez Feijóo de la asfixiante presión de Vox. Pero superar los 130 diputados dista de ser un objetivo fácil.

Porque el PSOE actuará por dos vías: la primera, fomentando el miedo del votante de izquierdas a fin de movilizar su voto; la segunda, como comprobamos en Madrid con la huelga sanitaria, desgastando el techo electoral de los populares en sus feudos. Ambas tácticas tienen un único objetivo: alejar a los populares de un resultado electoral que les permita maniobrar con cierta facilidad. De este modo, las dos contiendas electorales de 2023 tendrán algo –o mucho– de guerra de trincheras. Sólo quien resista ganará.

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