Escrito sin red

Más que una decepción

Ramón Aguiló

Ramón Aguiló

Pocas veces nos libramos de las decepciones. Nunca la vida está a la altura de nuestras expectativas, de las que teníamos en la juventud; ni en el amor, ni en el trabajo, ni en la amistad, ni en la política. Quizá en la política es donde las ilusiones se han dado de bruces con más violencia con la realidad de las imperfecciones de la naturaleza humana. Basta repasar los titulares de la prensa con las últimas muestras: que si no se corrige la ley del ‘solo sí es sí’; que si la ley Trans; que si la corrupción entreverada con putas encabezada por un diputado socialista canario llamado Fuentes Curbelo, que ha acabado con un general en la cárcel; que si los trenes proyectados para Cantabria y Asturias no pasaban por los túneles; que si la inefable número dos de Irene Montero, la agraciada Ángela Rodríguez (Pam) dice que si una mujer trans le pega a otra mujer no es violencia de género; que si el sanchista El País echa otro capote más a su jefe calificando a la alemana que preside la comisión del Parlamento europeo sobre los fondos europeos como «hija de nazi» (el político conservador Strauss) para curarse en salud ante posibles reconvenciones. Bueno, pero ninguna de las decepciones de la política llega a causarnos un estropicio del que no podamos recuperarnos refugiándonos en el escepticismo o en el estoicismo, que nos salva del exceso de sufrimiento.

Es en la primera juventud cuando se forjan las grandes afinidades sentimentales, las que nos proporcionan el combustible necesario para transitar por la vida adulta. Para algunos, la sórdida realidad de la dictadura de Franco sólo era soportable en la medida en que las chicas, la literatura, la poesía, la disidencia ideológica, nos distrajeran de ella. Leíamos los Calligrammes y los Poèmes à Lou de Apollinaire, a Lautréamont, y al primer Vargas, el de La ciudad y los perros, nos extasiábamos con Cien años de soledad y reverenciábamos con suma devoción a Borges. Recortábamos las columnas de Joan de Sagarra en el Tele/exprés y comprábamos los jueves la revista Triunfo, un bálsamo para nuestro espíritu. El 25 de octubre de 1969 Triunfo publicaba un artículo seminal de Vázquez Montalbán: Barça! Barça! Barça! El Barcelona club de fútbol concebido como símbolo del catalanismo. Frente al Real Madrid, identificado como el símbolo del centralismo de Madrid, situaba al Barça como el instrumento vertebrador de un catalanismo mitigador de la lucha de clases, como instrumento de integración social y cultural de pijoapartes y demás xarnegos, haciendo suyas unas palabras del presidente del club en 1968, Narcís de Carreras, el Barça era «Més que un club». Para los que no éramos catalanes, incluso para muchos ajenos a su área lingüística, el Barça, con su estigma de perseguido por el sistema político a través de la institución arbitral (Guruceta), representó la resistencia y la esperanza, generó una dependencia sentimental en paralelo a la surgida por la contracultura de Berkeley, el Marcuse de El hombre unidimensional, Cohn Bendit en La Sorbona y el orgón de Wilhelm Reich.

Pero toda esa ganga sentimentaloide empezó a zozobrar con los nuevos presidentes: Núñez, Laporta, Rosell y Bartomeu; al mismo ritmo con el que Cataluña se convertía, presidida por Pujol, en una ciénaga moral y se adentraba en el agujero negro del nacionalismo excluyente. No fue una toma del poder político sobre el poder deportivo, fue una colusión entre la plutocracia económica corrupta (Millet y cía) de siempre y el romanticismo político; el Barça se puso al servicio de ambos, escenificando con Guardiola y Messi la metamorfosis de un símbolo de Cataluña a otro símbolo: el del independentismo. Como dijo Mitterrand, el nacionalismo es la guerra. Cataluña y el Barça como su mascarón de proa abandonaban la alteridad y traicionaban las familiares emociones de la juventud.

La noticia de que desde la dirección del Barça se han abonado durante veinte años al vicepresidente del Comité Técnico de los Árbitros, José María Enríquez Negreira un total de siete millones de euros (más de mil millones de pts) por asesoramientos verbales sobre los colegiados (eufemismo para disfrazar sobornos, nada existe parecido a un contrato) es un clavo más, quizá el último, en la tapa del ataúd donde reposan los despojos emocionales de unas cuantas generaciones, quizá alejadas del fanatismo de los forofos, pero con ligaduras sentimentales a un club donde brillaron con especial intensidad nombres como Kubala, Luís Suárez, Garay, Ramallets, Marcial, Cruyf, Rexach, Laudrup, Romario, Eto’o, Iniesta, Messi, y tantos otros. El Barça era la referencia deportiva y sentimental frente a un Madrid supuestamente centralista y con los árbitros comiendo de su mano. Tebas, menudo ése, el jefe de la Liga, ha instado que se investigue a Laporta, Rosell y Bartomeu en la Audiencia Nacional sobre este feo asunto. Así como a Bartomeu por la presunta compra de periodistas a través de empresas pantalla. Se ha sabido ahora que la Justicia abrió diligencias contra Laporta por estafa agravada con motivo de la gestión del CF Reus, cerradas pagando. Simultáneamente, el pasado miércoles trascendió que la fiscalía anticorrupción dio luz verde a la petición de la Liga de investigar en la A.N. al que fuera presidente del Comité Técnico de los Árbitros, Victoriano Sánchez Arminio en el marco de la causa contra Villar y decenas de imputados por presunta corrupción en la Federación Española de Fútbol.

Más que un club, el Barça ha resultado ser más que una gran decepción, una gran derrota de cualquier ilusión de esfuerzo y sentimientos nobles. Pero no pensemos que sólo se trata de un caso aislado, aunque determinante, de corrupción estafa y corrupción de los valores de los que alardeaban y se servían sus dirigentes. Lo que este repugnante caso pone en el centro de la diana es la corrupción del deporte institucionalizado, inserto en la más amplia corrupción de buena parte del sistema político, que no duda en ponerse de perfil ante ese avispero de sinvergüenzas. Sin olvidar que todos esos desafueros no habrían sido posibles sin la participación corrupta de buena parte de la prensa deportiva. Todos los clubes instan a la investigación, excepto el Barça (que se dice víctima) y el Madrid de Florentino, otra vez galáctico en Anfield, ¿por qué será?

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