La conquista del centro

Antonio Papell

Antonio Papell

Los 45 años de régimen constitucional que nos preceden certifican la moderación de la sociedad civil de este país, con frecuencia mucho más templada y razonable que su propia clase política, quizá porque esta no haya sido capaz de distanciarse lo bastante de los problemas para ofrecer soluciones moderadas y huir de las terapias radicales.

La antigua normalidad bipartidista que muchos atribuimos a las singularidades del modelo (la ley d’Hont actúa en contra de las terceras vías porque castiga electoralmente a las formaciones menores) está decantando en un tetrapartito simétrico, con los dos partidos principales en torno al centro y otros dos en posiciones de izquierda radical y de extrema derecha. Probablemente este modelo no sea circunstancial sino permanente, ya que perfecciona y completa la estructura anterior, bipartidista imperfecta, que se había desinteresado en demasía del proceso político real. Como es evidente, la gran crisis 2008-2014 y los sucesivos incidentes posteriores, con la gran pandemia en primer lugar, han politizado a la sociedad, que exige a sus organizaciones de gobierno más eficacia y servicialidad en el cumplimiento de los papeles constitucionales que tienen atribuidos.

Para entender la situación actual, no hay mejor cosa que mirar alrededor y observar las últimas vicisitudes de las dos formaciones teóricamente centristas. El Partido Popular, que todavía se encuentra en el trabajoso proceso de instalar a un nuevo líder en su cúpula, ha sido objeto de críticas acerbas provenientes de su propia ala derecha y de la extrema derecha por la aceptación por Feijoo de la ley de plazos del aborto del 2011, que promulgó Zapatero y rige desde entonces y que acaba de ser convalidada pon el Tribunal Constitucional. Varios oportunos sondeos confirman que la mayor parte del electorado popular está de acuerdo con haber superado esta asignatura pendiente, que ya queda lejos en el tiempo y que ha sido aceptada con naturalidad por una mayoría social indiscutible.

El Partido Socialista, por su parte, se enfrenta a un agitado final de la legislatura en el que se tensan sus relaciones con la izquierda radical, integrada en el gobierno mediante un pacto de coalición y necesaria de todo punto para gobernar con la suficiente mayoría parlamentaria. La ley de libertad sexual y la ley trans han generado una disputa que sus protagonistas tratan inexplicablemente de resolver ante los medios y a voz en grito, con el consiguiente desgaste, en lugar de debatir el acuerdo en privado y con cierta altura de miras.

Esta observación de la realidad nos lleva a concluir en que, con toda probabilidad, el próximo gobierno será también de coalición, bien de derechas, bien de izquierdas como continuación del actual modelo. El panorama parece simétrico pero no lo es en absoluto: la coalición de izquierdas es viable si sus actores mejoran la capacidad de negociación y de acuerdo y si el proyecto de «Sumar» que alienta Yolanda Díaz llega a buen puerto. Si el espacio ubicado a la izquierda del PSOE no logra agruparse pacíficamente y actuar de manera unívoca ofertando una propuesta política atractiva, se repetirá el fracaso ya acontecido en Andalucía, donde ese sector, disgregado, ha caído en la irrelevancia, con lo que el PP ha logrado mayoría absoluta.

En el otro lado, surge una dificultad evidente: el rechazo que suscita el programa de extrema derecha a los demócratas del PP, representados por un Feijóo que no disimula sus discrepancias con Abascal y sus seguidores. En Génova se ha instalado la saludable convicción de que una aproximación a Vox expulsaría de sus filas a un sector importante de electores que considera inaceptable viajar junto a homófobos y racistas, que postulan una España unitaria y sienten nostalgia de la dictadura.

En consecuencia, si en la izquierda su destino pasa por la habilidad de sus cuadros en la consecución de unas propuestas consensuadas de fuerte contenido social y de defensa de las clases medias y de la ciudadanía desintegrada, en la derecha Feijóo no tendrá más remedio que jugarse todo por el todo negándose a extender a priori la desastrosa cohabitación de Castilla y León a la totalidad del Estado. Si el mensaje es convincente, la derecha conseguirá muy probablemente reconstruir su antiguo espacio y reducir el del neofascismo a la mínima expresión.

Suscríbete para seguir leyendo