Declaren menos, conversen más

Carmen Lumbierres

Carmen Lumbierres

El carrusel declarativo en que hemos convertido la política -ocupar el espacio, fijar posturas, ganar en la audiencia lo que se está perdiendo en la negociación como estrategias clave- consigue que vivamos en un barullo constante al que le podemos poner caras, quizás algún concepto, pero no argumentaciones. Cuanto más tiempo se pierde en mostrar quién tiene mayor preocupación por las mujeres, menos se ocupan de resolver sus problemas. Mientras que el empeño sea explicitar que nosotros siempre más, menos cerca se estará de cualquier solución. Todos entendemos la diferencia, todos nos quedaríamos a vivir en nuestra posición enarbolada con entusiasmo. Es mucho más gratificante que tener que descabalgarte de ella todos los días porque lo exige tu trabajo, una situación personal inesperada y hasta una reunión de la comunidad de vecinos.

No busquen los que nos gobiernan las acciones óptimas, encuentren las posibles. Así seguramente no contentarán a nadie, pero avanzaremos todos un poco. Seguro que entre la Arcadia feliz en la que los reos no iban a solicitar una rebaja de la pena y la trampa del punitivismo hay un callejón por el que salir. No será una amplia alameda, ni luminosa, ni irán acompañados de entusiasmo y banderas, pero desbloquearía este nudo que se ha ido cerrando sobre sí mismo ante el asombro de todos.

No reduzcamos la política solo a lo personal, aun siendo importante, porque la crónica de las desavenencias entre unas y otros no puede ocupar todo. En una negociación uno no se levanta, a excepción de una pausa dramática para continuar, hasta encontrar una salida. Se lo deben a todos aquellos que les votaron, de un lado y de otro, los que les otorgaron su confianza sintiendo que así iban a estar mejor representados. Estaría bien que siguieran acordándose más de estos que no de los posibles y futuros electores. El ciclo continúa hasta mayo para las autonómicas y hasta fin de año para las generales, y no todo puede convertirse ya en un altavoz de precampaña mientras la inercia de las instituciones, mejor dicho, el trabajo de los empleados públicos, nos lleve hasta el próximo impulso político.

Nadie debería decir que la política es un oficio fácil, algunos niegan que sea un oficio e incluso observan su desconocimiento como una virtud. Creo que huelga decir dónde ha terminado gran parte de ellos, los que minusvaloraban las habilidades de la política sin conocerlas. El posibilismo es más triste que la utopía, y la conversación menos romántica que la declaración, pero el siglo XIX nos queda muy lejos. Si algo nos ha traído el XXI es movernos en el desconcierto y la colaboración.

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