Lástima que decepción no empiece por «P», habría alargado el acrónimo del título. Decepción fue la sensación que interioricé al leer la noticia firmada por Josep Capó en este periódico el sábado pasado. En ella, Jaime Martínez anunciaba el modelo de seguridad del Partido Popular. El candidato a alcalde de Palma por su formación política y por extensión si lo consigue; jefe de la policía local, explicó algunas acciones que aplicará en caso de ganar las elecciones. Destapadas las mayúsculas introductorias, las minúsculas subordinadas, las postergamos.

El titular del Diario de Mallorca llama a la esperanza: «El PP reforzará la seguridad …), el contenido de la noticia desalienta. Tal vez, o mejor ojalá, sea parte de una estrategia de comunicación electoral que transmite a pinceladas el diseño global, sin embargo, todo lo que no apunte hacia una «policía social», seguirá abundando en el deficitario modelo palmesano actual. A pesar de alguna referencia a un escenario de convivencia global, el mensaje que yo percibo sigue anclado en el modelo policial utilitarista centrado en sí mismo ajeno a la violencia vial y ambiental, del que habrá que esperar si tengo oportunidad de desarrollar, un análisis más profundo.

Conviene aclarar que coincido en el diagnóstico de inseguridad con el candidato popular, aunque no en su fuente de emisión. En Palma esa inseguridad generalizada no parte de la delincuencia puntual, más bien parte del incivismo general. Dejando de lado —en esta ocasión— los bípedos despojos endémicos dedicados a la caza de mujeres, el que en nuestro día a día no podamos andar por las aceras de la capital con seguridad, paz y tranquilidad, no lo relaciono con que nos atraquen o seamos objeto de graves delitos. No; tiene que ver —sin ser exhaustivo— con las «p» minúsculas, procedentes de anárquicos patinetes eléctricos por Blanquerna o por cualquier otra zona peatonal, la proliferación de pintadas vandálicas, perros sueltos o sus residuos, palomas salvajes sobre nuestras cabezas, cochecito de bebé o la ropa tendida a secar. La mala educación se ve materializada en el incivismo y este genera inseguridad. ¿Qué ridiculez, no les parece? Comparar mierda insalubre de animal con situaciones de gran trascendencia delictiva a la qué, ciertamente todos estamos expuestos a padecer en un momento dado, pero que no condicionan nuestro día a día. También es verdad que, al contrario de algún patinador predelictivo atropellando personas sobre las aceras, las palomas no saben leer, pero su proliferación hace que, en mi caso y con todos los mundanos inconvenientes que conlleva, si no protejo el secado de la ropa con un plástico, los excrementos de las nuevas vecinas del barrio me la embadurnen a gusto y la tenga que volver a lavar. Si incido en el problema que supone desalojar el agua de lluvia recogida por el plástico y desaguada sobre el patio de planta baja del vecino, ya seré el hazmerreír de todas las policías, así qué mejor no lo hago. Quién practica el vandalismo sobre lienzos urbanos ajenos, tampoco considera el daño emocional y económico que genera a sus propietarios o a la ciudadanía en general. ¿Y si fuera yo mal? A ver si el error está en no formar y exigir un título habilitante a los peatones para andar por las aceras. A los niños les podrían ir señalados con una «L» y así al menos los patinetes circularían más tranquilos por sus autopistas sobre las aceras.

También comprendo que mi visión, aunque pienso compartida por otras personas, no es —sin segundas— popular, ni para el instrumento: la policía local, ni para encajar en arengas mitineras, sin embargo, si los políticos, fueran capaces de tomar decisiones considerando «El velo de la ignorancia» que promulgaba John Rawls, ya que a grandes rasgos encaja en el hecho de pensar en el beneficio de los destinatarios y no en el propio de los que toman o influyen es esas decisiones. La ciudadanía vería mejorada su calidad de vida.