Cuándo es el momento de dejar tu trabajo

Lucía Velasco

Lucía Velasco

Hace unas semanas conocíamos que la primera ministra neozelandesa, Jacinda Arden, icono y ejemplo de todo lo que una mujer puede llegar a alcanzar en el trabajo, decía basta. Lo dejaba. No le quedaba suficiente batería para seguir tirando. Quería volver a su casa, a su familia, a ella. Seis años ha estado al frente de su gobierno. Una pandemia, una matanza y una crisis diaria —que es lo que es la política en cualquier lugar del mundo—. Jacinda nos ha inspirado a muchas porque ha sido una mujer que no ha querido parecer un hombre mientras ha ejercido su poder y su despedida es su último ejemplo. En palabras del primer ministro de Canadá, Trudeau, «es un gran ejemplo de liderazgo valiente y su decisión de renunciar a su cargo es un recordatorio de que los líderes pueden dar prioridad a su propia salud y bienestar sin dejar de lograr grandes cosas». Aceptar la debilidad en estos entornos testosterónicos es algo que nos sorprende. Decir en voz alta que no puedes más, que en el fondo es lo mismo que decir que no quieres más, es algo tan inusual como necesario.

España es hoy una sociedad en la que los suicidios aumentan con una pendiente que da miedo verla porque es constante y hacia arriba, a pesar de estar mejor que nunca. Consumimos más «ladrillos» —como llama Oscar García Sierra en su novela Facendera a los psicofármacos— que ningún otro país, y no sabemos decir basta hasta que reventamos. Trabajar mucho mata y sin ejemplos que digan públicamente «ya no me quedan fuerzas», seguiremos pensando que dormir mal es parte del envejecimiento, que el pelo se cae porque es ley de vida y que tener que beberse tres cafés para levantar al agotamiento es algo normal. ¿Cómo saber cuándo es el momento de dejarlo? No se trata de dar un portazo a la primera de cambio; tolerar la frustración es también parte de la madurez. Sin embargo, sí que hay síntomas que deben hacer saltar las alarmas. Los más habituales pasan por agotamiento emocional, negatividad y una aceptación del fracaso. No como si perdieras una carrera sino como si no pudieras hacer nada más para correrla. El momento en el que tienes que elegir si lo siguiente es gritar o llorar. Ese punto en el que tu cuerpo ha renunciado al control porque si por él fuera no te levantarías de la cama. Oír «tienes cara de cansada» cada vez que te saludan. Saltar a la mínima. No querer relacionarte porque no te quedan razones para sonreír. La realidad es que hay sentimientos que se solapan entre estar quemado o deprimido, por eso es importante buscar ayuda en cuanto empiezan. Es preferible comenzar un tratamiento y planificarse para cambiar de trabajo, que hacer eso que ahora está tan de moda en Estados Unidos: el quiet quitting, la renuncia silenciosa.

Dejar un trabajo cuando uno siente que ha dado todo lo que tenía que dar es una decisión difícil, pero también puede ser una decisión necesaria. No solo porque nadie sabe lo que le espera a la vuelta de la esquina sino porque recuperar, aunque sea por poco tiempo, el control de tu vida siempre es algo que nos reconecta con nosotras mismas. La idea de renunciar se asocia a menudo con la derrota pero en realidad puede ser un signo de fortaleza. Saber cuándo tomarse un descanso para reevaluar una situación puede ser lo que te salve. Renunciar no significa haber fracasado; sólo significa que ha llegado el momento de hacer algo nuevo. Jacinda no tenía más batería para seguir, y tú ¿cómo tienes la tuya?

Suscríbete para seguir leyendo